sábado, 25 de marzo de 2017

Día 22 de 40: Ser familia de Dios... acercándonos a la Palabra de Dios.

Taller de Fray Nelson Medina... Acercarse a la Biblia

El tema
https://www.youtube.com/watch?v=5P8WJnZFmzY

Las claves
https://www.youtube.com/watch?v=7GfBNzw12sM

Las actitudes
https://www.youtube.com/watch?v=mMQutv1M2dA

Del antiguo al nuevo testamento
https://www.youtube.com/watch?v=xRVam-u2ZKw

Dinamismo del antiguo al nuevo testamento
https://www.youtube.com/watch?v=57US66ADh3Q

Establecer una relación personal
https://www.youtube.com/watch?v=nbd9BlvGK90




Día 21 de 40: Lectio Divina ... cómo sacar mejor provecho de la lectura de la Palabra.

Estudia primero el siguiente video de Fray Nelson Medina.
https://www.youtube.com/watch?v=Sh-D5gqsytU

Haz la Lectio Divina del siguiente texto...

Lc 24, 13-35
13 Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
14 En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
15 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
16 Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran.
17 El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
19 «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
20 y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
21 Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
22 Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
23 y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
25 Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
26 ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
27 Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él.
28 Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
29 Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos.
30 Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
31 Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
32 Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
33 En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
34 y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».
35 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

viernes, 24 de marzo de 2017

Día 20 de 40: porqué sufre un inocente?

JOB
Capítulo 1 
1  Había en el país de Us un hombre llamado, Job. Este hombre era íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal.
2 Le habían nacido siete hijos y tres hijas,
3 y poseía una hacienda de siete mil ovejas, y tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas, además de una servidumbre muy numerosa. Este hombre era el más rico entre todos los Orientales.
4 Sus hijos tenían la costumbre de ofrecer por turno un banquete, cada uno en su propia casa, e invitaban a sus tres hermanas a comer y a beber con ellos.
5 Una vez concluido el ciclo de los festejos, Job los hacía venir y los purificaba; después se levantaba muy de madrugada y ofrecía un holocausto por cada uno de ellos. Porque pensaba: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón». Así procedía Job indefectiblemente.
6 El día en que los hijos de Dios fueron a presentarse delante del Señor, también el Adversario estaba en medio de ellos.
7 El Señor le dijo: «¿De dónde vienes?». El Adversario respondió al Señor: «De rondar por la tierra, yendo de aquí para allá».
8 Entonces el Señor le dijo: «¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal».
9 Pero el Adversario le respondió: «¡No por nada teme Job al Señor!
10 ¿Acaso tú no has puesto un cerco protector alrededor de él, de su casa y de todo lo que posee? Tú has bendecido la obra de sus manos y su hacienda se ha esparcido por todo el país.
11 Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!».
12 El Señor dijo al Adversario: «Está bien. Todo lo que le pertenece está en tu poder, pero no pongas tu mano sobre él». Y el Adversario se alejó de la presencia del Señor.
13 El día en que sus hijos e hijas estaban comiendo y bebiendo en la casa del hermano mayor,
14 llegó un mensajero y dijo a Job: «Los bueyes estaban arando y las asnas pastaban cerca de ellos,
15 cuando de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, pasando a los servidores al filo de la espada. Yo solo pude escapar para traerte la noticia».
16 Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: «Cayó del cielo fuego de Dios, e hizo arder a las ovejas y a los servidores hasta consumirlos. Yo solo pude escapar para traerte la noticia».
17 Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: «Los caldeos, divididos en tres grupos, se lanzaron sobre los camellos y se los llevaron, pasando a los servidores al filo de la espada. Yo solo pude escapar para traerte la noticia».
18 Todavía estaba hablando, cuando llegó otro y le dijo: «Tus hijos y tus hijas comían y bebían en la casa de su hermano mayor,
19 y de pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude escapar para traerte la noticia».
20 Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se rapó la cabeza, se postró con el rostro en tierra
21 y exclamó: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!».
22 En todo esto, Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios.

Tarea: escuchar los siguientes videos de Fray Nelson Medina O.P.



martes, 21 de marzo de 2017

Día 19 de 40: Al encuentro con Jesús - Los senderos de la Paz.




Los ángeles, cuando anunciaron al mundo el gozo incomparable y único del nacimiento de Jesús, hicieron dos promesas: una para el cielo, la otra para la tierra. Para el cielo, la gloria de Dios; para la tierra, la paz a los hombres de buena voluntad. Y esas dos promesas encierran y sintetizan toda la obra de Jesucristo en este mundo: a eso vino, a dar Gloria a Dios y traer a los hombres la Paz, esa fue su obra: la Gloria de Dios y la Paz de las almas.

Y como no sería posible en unas cuantas páginas tratar al mismo tiempo de estos dos frutos deliciosos de Jesús, voy a limitarme a considerar uno solo de ellos, la Paz. Fue lo que Jesucristo nos trajo del cielo, es su don, el don de Dios; un don tan hermoso, tan profundo, tan incomprensivo, tan eficaz, que nunca acertaremos a comprender.

De la paz divina pudiéramos decir lo que de Sí mismo dijo Nuestro Señor a la Samaritana en el brocal del pozo de Jacob: “¡Si conocieras el don de Dios! (Jn 4,10).

¡Si conocieras el don de Dios! ¡Si supiéramos lo que es la paz! ¡Si comprendiéramos todos los tesoros que en ella puso Nuestro Señor, cómo es el resumen, pudiéramos decir, y el coronamiento y la síntesis de todas las gracias y de todas las bendiciones celestiales que hemos recibido en Cristo Jesús!

La paz es como el sello de Cristo. No es uno de tantos dones que nos trajo, es en cierta manera su don. Cuando apareció en el mundo, en la noche inolvidable de Belén, los ángeles anunciaron la paz. En aquella otra noche, la última que pasó por la tierra, inolvidable también y dulcísima, la noche del Cenáculo y de la Eucaristía, Jesús dejó a sus amados, como testamento de su amor, la paz: Mi paz os dejo mi paz os doy…” (Jn 14,27).

Y cuando resucitó, el saludo que daba siempre a sus Apóstoles era éste: “¡la paz sea con vosotros! (Jn 20,21).

Más aún, les recomendó que cuando fueran a ejercer su misión apostólica, al llegar a una casa cualquiera, siempre dijeran estas mismas palabras: La paz sea con vosotros, y si allí estaba el hijo de la Paz, recibirían la Paz; si no, vuestra paz decía, volverá con vosotros.

La Santa Iglesia que conoce a fondo el Espíritu de Jesús, que es Jesús mismo perpetuándose a través de los siglos, ha recogido la palabra de su Maestro y constantemente en su liturgia pide para sus hijos la Paz, y nos la da y hace que unos a los otros nos la demos. Y así casi todos los sacramentos se consuman en la Paz la paz sea contigo, dice el sacerdote al bautizado para despedirlo, e igualmente al confirmado y al que se ha purificado de sus pecados en el sacramento de la Penitencia: anda en Paz.

A las veces, la comunicación de la Paz de Jesús se hace con alguna ceremonia externa, llena de ternura: es un abrazo, como en la Misa solemne, entre el sacerdote y sus ministros; es un ósculo, como entre el Obispo y el sacerdote que acaba de ordenar.

De manera que toda la Liturgia está como impregnada de este Espíritu de Jesucristo y a cada paso resuena en ella la palabra de Jesús a sus Apóstoles después de la resurrección: La paz sea contigo, la paz sea con vosotros.

Y puede asegurarse que la vida de la Iglesia no es otra cosa que la marcha triunfal de la paz en el mundo: sobre la cuna de la Iglesia, como sobre el pesebre de Belén, los ángeles podían entonar el mismo cántico: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Porque la Iglesia no ha hecho otra cosa, ni intenta hacer otra cosa, ni tiene otra misión, que dar Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad.

***

Pero esta paz de Jesucristo tiene caracteres especiales que conviene contemplar siquiera sea de paso.

Desde luego, es como exclusiva de Él: Jesús tiene el monopolio de la Paz, por más que lo intenta. Falsifica la alegría; cierto que esa alegría del mundo es superficial y a las veces llega a ser sarcasmo; pero al fin la falsifica. Y falsifica la sabiduría, deslumbrando a los crédulos con una ciencia aparatosa pero vana; y falsifica el amor, dando este nombre sagrado a la pasión brutal o al egoísmo vil. Hijo al fin de Satanás, padre de la mentira, el mundo es esencialmente engañoso y todo lo falsifica. Pero hay algo que no puede falsificar: la paz. El mundo no puede darla, porque es algo divino, porque es el sello de Jesús.

***

Y esta Paz que Nuestro Señor nos da es profunda. No es superficial y puramente exterior, como por ejemplo la paz de los sepulcros, la paz de los desiertos, que en realidad no es Paz, sino soledad, vacío, desolación la Paz de Dios llega en cambio hasta lo profundo de nuestros corazones, es algo que nos invade como un perfume exquisito que penetra, - pudiéramos decir con San Pablo - , hasta la división del alma y del espíritu. Es plenitud, es vida

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Es también indestructible. Nada ni nadie puede arrancarla de un alma que ha recibido de Dios este don, la Paz del cielo: ni las persecuciones de os tiranos, ni las asechanzas del demonio, ni todas las vicisitudes de la tierra, pueden turbar a un corazón donde Dios ha establecido la Paz.

En la víspera de su Pasión, Nuestro Señor decía a sus Apóstoles que les daba su gozo y añadía: Y nadie podrá arrebatar vuestro gozo (Jn 16,22). Exactamente lo mismo puede decirse de la Paz: nadie os la podrá arrebatar. Nos pueden quitar todo: nuestras casas, nuestros bienes, nuestras libertades y hasta nuestra alegría. Cierto que la perfecta alegría se tiene precisamente cuando los ojos lloran y el corazón sangra; pero tales alturas son propias sólo de almas muy elevadas y perfectas; por eso a nosotros sí nos pueden en cierta manera arrebatar la alegría. Pero no nos pueden arrebatar la Paz cuando Jesús nos la ha dado, y puede continuar reinando en nuestros corazones a pesar de las miserias, tristezas y amarguras de la vida.

***

La Paz de Cristo, en fin, es una Paz rica, llena de dulzura y suavidad. San Pablo, hablando de ella dice, La Paz de Dios que supera a todos los goces de los sentidos (Flp 4,7).

Esta Paz es la única forma de felicidad sobre la tierra. Es la sustancia del cielo. Sin los esplendores de la visión beatífica, sin la inamisibilidad de aquel estado perenne, sin la felicidad desbordante del cielo, la Paz es la sustancia de las cosas que esperamos es la sustancia de la felicidad que hemos de disfrutar en el cielo.

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¡Ah! Hace veinte siglos que Jesús hizo a la humanidad este don riquísimo; y en cada Navidad renueva este don del cielo en las almas, y los ángeles vuelven a cantar: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y en cada Pascua, Jesús resucitado vuelve a saludar a sus fieles con su palabra favorita, “¡Paz a vosotros! derramando en los corazones cristianos un torrente abundante e impetuoso de Paz

Y sin embargo ¿por qué falta tanto a las almas la Paz? Y no me refiero precisamente a la paz exterior, colectiva, internacional. No, me refiero a la Paz íntima, que las guerras, y persecuciones no alcanzan a turbar. ¿Por qué, repito, falta tanto a las almas la Paz?

Comprendo que las almas haya luchas, comprendo que haya dolor, pero lo que parece difícil comprender, si se consideran las cosas a fondo, es que en el alma de un cristiano falte la Paz.

Tenemos los cristianos derecho a sufrir, a luchar, a ser perseguidos; pero no tenemos derecho a perder la Paz. Porque la actitud propia del cristiano, su ambiente natural debía ser la Paz, en medio de todas las vicisitudes, combates y miserias de la vida, debiera conservar la Paz, el sello de Jesús y el rasgo característico del cristiano.

Donde está Dios ahí está la Paz, y nosotros llevamos a Dios en nuestros corazones. Ni la vida ni la muerte, ni las potestades del cielo, ni los poderes del infierno, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna puede arrancarnos de nuestro corazón a ese Dios que poseemos; entonces, ¿por qué no está embalsamada de Paz toda nuestra vida?

***

Insisto en este punto, porque tengo para mí que las almas deben conservar a toda costa su Paz; para lo cual nada tan necesario como descubrir el secreto de la Paz.

La Sagrada Escritura dice: «Busca la paz y persíguela» (Sal 33,15), indicándonos con estas palabras que la Paz no es cosa que debemos buscar con tibieza y negligencia, sino con ardor, con solicitud,  como en la guerra se persigue al enemigo, como en la Paz se anhela y busca la felicidad; así debemos buscar y perseguir constantemente la Paz.

Pero, ¿es posible conservar siempre la Paz en el alma? ¿Es debido que nuestros corazones no se turben por nada? ¿Hay medios eficaces para realizar este ideal y senderos seguros y rectos para llegar a esta meta dichosísima.

Sin duda alguna. Antes lo extraño es que las almas pierdan con tanta facilidad la Paz y que vivan en la inquietud. ¡Este sí que es un mal! ¿El dolor? Que venga en buena hora. ¿La lucha? También. ¿La desolación? Perfectamente. ¡Pero la inquietud, la turbación, no y mil veces no! Todas aquellas cosas aunque sean contrarias y desagradables a nuestra naturaleza, esconden tesoros divinos y frutos celestiales por más que no siempre sepamos descubrirlos y apreciarlos. Pero la turbación no encierra bien alguno, y aún a las almas a quienes Nuestro Señor se las ha confiado una misión toda de dolor y de expiación, no les pide ni les puede pedir el sacrificio de su Paz. Les pedirá que sacrifiquen todos los bienes de este mundo; les pedirá el sacrificio de sí mismas, tan doloroso, tan lento, porque no es de un día ni de un año, sino de toda la vida; les pedirá inmolaciones íntimas y torturantes, pero todas en un ambiente de Paz, que es el sello de Dios.

Sería interesante hacer el análisis de nuestras inquietudes, y al descubrir su causa nos llenaríamos de rubor, encontrando que el origen de nuestras turbaciones es la ignorancia, o el egoísmo, o la falta de confianza en las promesas divinas. Pero más que analizar el mal, prefiero proponer los medios para que el alma se conserve en la Paz a pesar de todo.
DESAFÍO DE HOY.

Orar por la paz, la serenidad y la dulzura en tu corazón y el corazón de tu cónyuge. Haz un plan para construir puentes de amor, respeto y admiración. Este plan debe tener actividades específicas que estén sólo bajo tu poder y responsabilidad. Sobre todo tiene que considerar el diálogo, los tiempos, los detalles, las fechas importantes, etc.

Estudiar el video de Fr. Nelson Medina O.P.  Doctrina Espiritual de Santa Catalina, 05 de 10: Conocimiento de sí, parte 1 de 4

https://www.youtube.com/watch?v=7SIyDZ6d_Mg

lunes, 20 de marzo de 2017

Día 18 de 40: Al encuentro con Jesús - Tres noches.




Hay tres noches cuya memoria es inmortal:

La noche de la navidad,

La noche de la agonía

Y la noche de la Resurrección.

La primera es noche de júbilo y de esperanza; la segunda, de amor y de dolor, la tercera de alegría.

***

¡Noche regocijada la de Belén!

¡Los cielos se abren; la tierra se estremece; los ecos del Universo repiten los cánticos de gloria y de paz!

En medio de la noche, cuando todo calla, el Verbo Omnipotente de Dios desciende de las regias moradas. Cuando todas las cosas dormían en el silencio y la noche iba a la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente descendió de las regias moradas.

¡Oh admirable comercio! ¡Dios se hace hombre para hacernos dioses, se hace hombre para hacernos dioses, se hace pobre para hacernos ricos, comparte nuestras penas para darnos su felicidad! Este comercio admirable constituye el fondo del Cristianismo, es la tesis sublime de la Escritura, es el drama divino de la Historia, porque es el Misterio de Cristo.

Belén es el principio; allí aparecen Dios y el hombre unidos indisolublemente; Belén es el principio del dolor de Dios que habrá de consumar en la agonía, el principio de la gloria del hombre que hallará su remate en la noche de la Resurrección.

Un niño se nos ha dado; un hijo nos ha nacido que lleva en sus hombros un imperio, un imperio formado con todas las glorias del cielo y todos los dolores de la tierra; su nombre es: Admirable, Dios, Fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la Paz.

En torno suyo se agruparán los hombres y los siglos; de todos los confines del mundo vendrán a Él, trayéndole los simbólicos presentes: el oro, el incienso y la mirra.

La noche de Belén es noche de alegría, es la aurora que despierta y regocija a la naturaleza con un beso de luz suavísima y una caricia muy llena de frescura; es el amor que hace en las almas su entrada deliciosa sin que adivinen las almas, en su prístino candor, ni los tesoros de amargura ni los abismos de felicidad que lleva ocultos aquel huésped anhelado y misterioso; es el ósculo primero de Dios y el hombre que con su idílica suavidad encubre la trágica ignominia de la Cruz y la epifanía gloriosa de la Resurrección.

¡Alégrese la tierra y regocíjense los cielos, porque ha venido el Deseado de los collados eternos! Ya el hombre podrá ver con sus ojos, escuchar con sus oídos y palpar con sus manos al Verbo de la vida. ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

***

¡Noche de ternura y de dolor! ¡Noche del Cenáculo y de Getsemaní! ¡Noche postrera que pasó con los suyos Jesús! ¿Quién acertará a conocer tus misterios?

Como las aguas al encontrar un dique se acumulan en masas formidables y se agitan y rugen y rompiendo toda barrera se precipitan impetuosas y rápidas en el océano; el amor y el dolor grandiosos, inenarrables, inmensos que se habían acumulado en el Corazón de Cristo desde la noche de Belén, rompen al fin todos los diques, barren todos los obstáculos y se desbordan esta noche en un océano de ternura y de dolor. Jesús había amado a los suyos: los había amado en Belén, en Nazaret, en el desierto, en el Tabor, en todos los lugares que había recorrido evangelizando la paz, evangelizando el bien; los había amado iluminándolos con su doctrina, enriqueciéndolos con sus bienes, curando miserias y enjugando lágrimas; mas reserva para el fin los frutos más exquisitos de su ternura. Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13,1).

Jamás hasta entonces se había postrado ante sus discípulos para lavarles los pies; jamás les había hablado como entonces les habló, tan claramente, tan confidencialmente, tan tiernamente; sin duda que en aquella noche inmortal sus ojos miraban con más ternura, sus labios sonreían más dulcemente y su voz tomaba acentos más celestiales.

Allí está el sermón de la Cena que conserva todavía después de veinte siglos el perfume de melancolía y de amor de una ternísima despedida. En él Cristo abre enteramente su Corazón a sus discípulos; en él se derrama como el ungüento de María la caridad de Cristo en las almas. Hay allí frases de cielo que hacen derretir de ternura las entrañas. ¿Qué nombre les da a los suyos? Amigos hijitos (Jn 15,14-15; 13,33) ¡Y habla Cristo! ¿De qué les habla? De amor: permaneced en mi amor (Jn 15,9). ¡Qué palabra! ¡Al escucharla enmudecen los labios, sólo pueden comentarla el corazón!

Un mandamiento nuevo os doy: que os améis mutuamente como Yo os he amado (Jn 15,12). El reino del amor comienza, el reino que brota del Corazón de Cristo y se consuma en el seno de Dios que es amor. No os dejaré huérfanos ¡volveré! Porque os he dicho estas cosas, se ha llenado de tristeza vuestro corazón. Pero os digo la verdad: os conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 14,18 Jn 16,6-7). Vendrá el Espíritu, el amor sustancial de Dios, para consumarnos en la unidad, que es el supremo anhelo del amor. Aquella hora es la hora de Cristo, la hora del amor. Sabiendo Jesús que había llegado su hora. (Jn 13,1). Aquella es la hora de Cristo, la hora del dolor. En el Cenáculo se desbordó el amor, en Getsemaní la amargura.

Cuando se unen dos cosas, comunícanse mutuamente sus propiedades. Dios, que es amor, felicidad y gloria, comunicó todo este a la humanidad cuando con ella celebró desposorios eternos en el seno de María. Y el hombre, ¿qué le comunicó a Dios? ¿Qué tenemos por nosotros mismos? Miseria, dolor y pecado. El Verbo al descender del cielo, recogió esa herencia maldita del linaje humano. Tomó sobre sí nuestras miserias, se cargó con la inmensa pesadumbre de nuestros dolores; y Aquel que no había conocido pecado, que es la eterna y completa negación del pecado, porque es el Ser infinito, la Santidad perfectísima, se hizo por nosotros pecado. Verdaderamente llevó sobre sí nuestras miserias y se abrazó de nuestros dolores (Is 52,4). A Aquel que no conoció el pecado, Dios lo trató, a causa de nosotros, como si fuera el pecado mismo (II Co 5,21).

Todos los pecados del mundo, todas las abominaciones de la tierra con su número incalculable, con su malicia infinita, con sus abismos de ingratitud, acumúlanse en el Corazón de Cristo y lo oprimen y se desbordan en torrentes de amargura y de sangre en la noche de Getsemaní. Oíd, oíd: Mi alma está triste con una tristeza de muerte (Mt 27,38). Mirad contemplad: Y se bañó en sudor, como gotas de sangre que corría hasta la tierra (Lc 22,44). Hay en la tierra dolores que no se consuelan, sino que se admiran; el dolor de Dios ni puede consolarse ni se acierta a admirarlo; se adora en silencio.

La noche del Cenáculo y de Getsemaní es noche de dolor y de amor, es la hora de Cristo, y Cristo quiso hacerla inmensa e inmortal. ¡Cuántas veces quisiéramos que una hora durará siempre! El amor de Cristo que es dulce como el cielo y fuerte como la muerte, tomó aquella hora y la extendió a todos los lugares y le perpetuó en todos los siglos.

¡La Eucaristía, misterio de amor y de dolor, es la cristalización de aquella hora, de la hora de Cristo!

Adoremos, pues, prosternados a tan grande Sacramento.

***

¡Alleluia! ¡Cristo ha resucitado! ¡Alleluia! La humanidad perdió en el Calvario su herencia de muerte y ha recogido, por la humanidad resucitada de Cristo, su herencia de gloria: ¡Alleluia!

Una noche contempló este misterio, una noche más luminosa que el día, una noche iluminada por los esplendores del Rey eterno.

Esta es la noche en que, destruimos los vínculos de la muerte, Cristo vencedor surgió del sepulcro.

“¡Oh noche verdaderamente feliz, única que conoció el tiempo y la hora en que Cristo resucitó de entre los muertos! Noche de la que fue escrito: Y la noche será luminosa como el día. Y brillará la noche para realizar el gozo de mi alma (Sal 138,11-12). Noche dichosa que despoja a los Egipcios y enriquece a los Hebreos, noche en la que a lo terreno se enlazó lo celestial y se unieron para siempre lo divino y lo humano.

“¡Oh noche amable más que la alborada,

¡Oh noche que guiaste

¡Oh noche que juntaste,

Amado con amada,

Amada en el Amado transformada. (San Juan de la Cruz)

¡Oh noche celestial! ¡Noche divina! ¡Noche de gloria! ¡Noche que miraste brillar el Lucero de la mañana! ¡Noche que hiciste divino al hombre, como la noche de la agonía había hacho a Dios profundamente humano! ¡Oh noche celestial! ¡Noche divina! ¡Noche de Gloria! Alábenle los santos, gócente los bienaventurados en el día luminoso de la eternidad, de que fuiste principio y aurora. Nosotros ni podemos comprenderte ni alcanzamos a gustarte; cargados de miseria y de esperanza, peregrinando en la noche de esta vida, suspiramos por Ti, por el día clarísimo de la patria, y robando a los ángeles el cántico de allá arriba, repetimos sin comprenderlo el himno glorioso, el que expresa tu alabanza:

¡Alleluia! ¡Alleluia! ¡Alleluia!



DESAFÍO DE HOY

Contemplar la noche del alma, con las perspectivas de las tres noches de Cristo.

Estudiar, la serie de charlas de Fray Nelson Medina O.P. Invitación a la Filosofía