Oración inicial invocando al Espíritu Santo.
Lectura previa:
Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 30 de noviembre de 2022. 10 de 14 sobre el discernimiento
Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221130-udienza-generale.html
Síntesis de lectura
¿Cómo reconocer la verdadera consolación?
Para no ser engañados en la búsqueda del verdadero bien, San Ignacio nos ofrece algunos criterios esenciales. Es necesario observar el desarrollo de nuestros pensamientos: si el principio, el medio y el fin de una idea están plenamente orientados al bien, es señal de que proviene del Señor. Por el contrario, si al final conduce a algo malo, distractivo o menos provechoso que lo que el alma tenía inicialmente como propósito, si inquieta o perturba el espíritu, robándole la paz y la serenidad, entonces es claro que procede del mal espíritu, enemigo de nuestro bienestar y salvación eterna.
¿Qué significa que el principio esté orientado al bien?
Por ejemplo, si surge en mí el pensamiento de rezar, pero lo hace en un momento en el que tengo una tarea importante que cumplir, hay que preguntarse si la oración es realmente un llamado del Espíritu o simplemente una evasión de mis responsabilidades. La oración no debe convertirse en una excusa para evitar deberes legítimos. En este caso, la mejor opción sería cumplir primero con la tarea encomendada, como lavar los platos, y hacerlo en actitud de oración.
¿Qué significa que el medio esté orientado al bien?
Siguiendo el ejemplo, si al comenzar a rezar lo hago con resentimiento o soberbia, como el fariseo que ora desde la autosuficiencia, entonces la oración se convierte en un medio para alimentar el orgullo en lugar de un encuentro con Dios. En este caso, el medio no es bueno, y la consolación que parece surgir no es auténtica.
¿Qué significa que el fin esté orientado al bien?
Es esencial preguntarnos: ¿a dónde me conduce este pensamiento? Si la oración me lleva a sentirme omnipotente, creyendo que todo debe estar bajo mi control porque soy el único capaz de dirigir las cosas correctamente, entonces no estamos ante una verdadera consolación. El buen espíritu nunca nos impulsa hacia la soberbia, sino hacia la humildad y la confianza en Dios.
El enemigo es astuto y sabe disfrazarse. Su influencia entra a escondidas, sin que la persona lo perciba de inmediato. Por eso es fundamental examinar con paciencia el origen, el desarrollo y el desenlace de nuestros pensamientos, evitando caer repetidamente en los mismos errores. Todos tenemos puntos vulnerables, talones sensibles que el maligno busca atacar.
De ahí la importancia del examen de conciencia diario antes de concluir el día. Detenerse un momento y preguntarse: ¿qué ha sucedido en mi corazón hoy? ¿Ha estado atento? ¿Ha crecido o ha pasado todo sin que lo haya notado? Este ejercicio, aunque demande esfuerzo, es una práctica valiosa que nos ayuda a releer lo vivido con discernimiento. Reconocer el combate interior es signo de la acción de la Gracia de Dios en nosotros, guiándonos hacia una mayor libertad y claridad espiritual. El Espíritu Santo siempre está con nosotros.
La auténtica consolación es la confirmación de que estamos caminando en la dirección que Dios quiere para nosotros. El discernimiento no consiste simplemente en identificar el bien o el mayor bien posible, sino en reconocer lo que es verdaderamente bueno para mí aquí y ahora. Es en este proceso donde estamos llamados a crecer, estableciendo límites frente a otras opciones que, aunque puedan parecer atractivas, son irreales o nos desvían de nuestro propósito.
- Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
- Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
- Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
- Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
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