Oración inicial invocando al Espíritu Santo.
Lectura previa:
Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 5 de octubre de 2022. 4 de 14 sobre el discernimiento
Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221005-udienza-generale.html
Síntesis de lectura
Un buen discernimiento comienza con el conocimiento de uno mismo. Implica el ejercicio de nuestras facultades humanas: memoria, inteligencia, voluntad y afectos. A menudo, la dificultad para discernir surge de una falta de autoconocimiento, lo que nos impide comprender realmente qué queremos. En muchas ocasiones, las dudas espirituales y las crisis vocacionales nacen de un diálogo insuficiente entre nuestra vida religiosa y nuestra dimensión humana, cognitiva y afectiva. Todos, en algún momento, caemos en la tentación de enmascararnos, incluso ante nosotros mismos.
El olvido de la presencia de Dios en nuestra vida suele ir acompañado de un desconocimiento de nuestro propio ser. Conocerse implica un proceso paciente de introspección, un ejercicio de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, sentir y humanizarse, para adquirir conciencia sobre nuestros hábitos, los sentimientos que nos habitan y los pensamientos recurrentes que nos condicionan. También exige diferenciar entre emociones y facultades espirituales: *"siento"* no es lo mismo que *"estoy convencido"*, *"tengo ganas"* no es lo mismo que *"quiero"*. Tomar conciencia de esta diferencia es una verdadera gracia.
La vida espiritual tiene claves de acceso, palabras que tocan el corazón y nos conectan con aquello que más nos afecta. El tentador conoce bien estas palabras y las usa para desviarnos. Por eso, es crucial que también nosotros las reconozcamos, evitando caer en caminos que nos alejen de nuestra verdadera esencia. La tentación no siempre propone cosas explícitamente malas, sino que muchas veces nos ofrece realidades desordenadas, revestidas de una importancia excesiva. Nos atrae con una belleza ilusoria que, al final, nos deja vacíos y tristes. Al conocer nuestras propias claves interiores, podemos protegernos de la manipulación y, al mismo tiempo, descubrir lo que realmente importa.
Por ello, es fundamental preguntarnos: *¿Soy libre o me dejo llevar por los sentimientos del momento y las provocaciones externas?* Una herramienta valiosa para este ejercicio es el examen cotidiano, preguntarnos con sinceridad: *¿Qué ha sucedido hoy en mi corazón? ¿Qué huellas han dejado los acontecimientos en mí?* Es un ejercicio de lectura interior que nos permite identificar lo que realmente valoramos, preguntándonos: *¿Qué busco? ¿Por qué lo busco? ¿Qué he encontrado al final? ¿Qué sacia mi corazón?*
Solo el Señor puede revelarnos nuestro verdadero valor. Nos lo muestra desde la cruz, confirmando cuán preciosos somos ante sus ojos. No existe obstáculo ni fracaso que pueda apartarnos de su abrazo misericordioso. El examen cotidiano nos permite ver nuestro corazón como un camino en la presencia de Dios. Nos ayuda a comprender el recorrido de nuestros sentimientos y afectos, convirtiéndose en una oración sencilla que transforma la vida, nos conduce al autoconocimiento y nos guía hacia una verdadera libertad.
- Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
- Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
- Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
- Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
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