Oración inicial invocando al Espíritu Santo.
Lectura previa:
Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 26 de octubre de 2022. 7 de 14 sobre el discernimiento
Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221026-udienza-generale.html
Síntesis de lectura
El discernimiento no es, ante todo, un proceso lógico; se trata de un ejercicio que involucra acciones, y estas acciones tienen una dimensión afectiva que debe ser reconocida, pues Dios habla al corazón. La primera expresión afectiva del discernimiento es la desolación. Esta se manifiesta como una oscuridad del alma, un alejamiento del Creador debido a la ausencia de amor, y a la presencia de sentimientos como la pereza, la tibieza y la tristeza. Todos hemos experimentado la desolación, pero el desafío radica en aprender a interpretarla. Si nos apresuramos a liberarnos de ella sin comprender su mensaje, corremos el riesgo de perder una enseñanza valiosa.
Nadie desea atravesar la desolación, pero evitarla por completo no solo es imposible, sino que tampoco sería beneficioso para nuestro crecimiento espiritual. Todo cambio en una vida que ha estado orientada al vicio comienza con una desolación que da paso al remordimiento por lo vivido. Es la conciencia que interpela, que nos inquieta y nos invita a iniciar un camino de transformación; es Dios tocando el corazón en su profundidad.
La tristeza debe ser leída como una señal de alerta indispensable para la vida, una invitación a explorar horizontes más ricos y fecundos. Santo Tomás de Aquino la define como el dolor del alma, análogo a los nervios en el cuerpo: despierta la atención frente a un posible peligro o nos advierte sobre un bien descuidado. Por ello, lejos de ser innecesaria, la tristeza cumple una función protectora, evitando que nos hagamos daño a nosotros mismos o a los demás. En ocasiones, actúa como el rojo de un semáforo, indicándonos que debemos detenernos y reflexionar.
Sin embargo, es fundamental distinguir entre la tristeza que nos paraliza y aquella que nos impulsa. Cuando la tristeza se convierte en un obstáculo que nos desanima en la búsqueda del bien, debemos afrontarla como si fuera la luz verde del semáforo, que nos llama a continuar con determinación. La senda hacia el bien es estrecha y empinada; requiere lucha, esfuerzo y la capacidad de vencerse a uno mismo. Por ello, quien desea servir al Señor no debe dejarse arrastrar ni abandonar su propósito por la desolación. San Ignacio nos da una regla clara: cuando estemos desolados, no es momento de tomar decisiones ni hacer cambios, pues será en otro instante cuando podremos juzgar con mayor claridad la bondad de nuestras elecciones.
Jesucristo, ante la tentación, responde con firmeza y determinación, cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre. San Pablo nos recuerda que nadie es tentado más allá de sus fuerzas, porque el Señor jamás nos abandona. Con Él a nuestro lado, podemos vencer cualquier tentación. Y si no logramos vencerla hoy, nos levantamos nuevamente y la superaremos mañana.
- Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
- Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
- Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
- Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
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