Oración inicial invocando al Espíritu Santo.
Lectura previa:
Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 12 de octubre de 2022. 5 de 14 sobre el discernimiento
Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221012-udienza-generale.html
Síntesis de lectura
El discernimiento es, en esencia, una búsqueda, y toda búsqueda nace de la ausencia de algo que, de algún modo, conocemos. El deseo es precisamente este conocimiento: una nostalgia de plenitud que nunca alcanza una satisfacción completa, un signo de la presencia de Dios en nosotros. La palabra *deseo* proviene del latín *de-sidus*, que significa “falta de estrella”; expresa la ausencia de un punto de referencia que guíe el camino de la vida. Esta carencia conlleva sufrimiento, pero también impulsa una tensión interior hacia el bien que anhelamos. Así, el deseo se convierte en nuestra brújula, indicándonos si avanzamos o si nos hemos quedado estancados.
Un deseo sincero toca las fibras más profundas de nuestro ser, por eso no desaparece ante las dificultades o los contratiempos. Es como la sed: cuando no encontramos agua, no renunciamos a la búsqueda, sino que ésta ocupa cada vez más nuestros pensamientos. Lejos de sofocar el deseo, los obstáculos y fracasos lo avivan aún más.
A diferencia de la emoción momentánea o el simple impulso, el deseo es un camino en el que el alma se esfuerza, establece límites, renuncia a placeres pasajeros y se plantea metas que la llevan a superar dificultades. El deseo nos fortalece, nos vuelve valientes y nos impulsa siempre hacia adelante.
Resulta significativo que, antes de obrar un milagro, Jesús a menudo pregunte a la persona por su deseo. *"¿Quieres curarte?"* —le pregunta al paralítico de la piscina de Betesda—. Su respuesta revela resistencias inesperadas al cambio, que no solo dependen de él. La pregunta de Jesús es una invitación a clarificar el corazón, a acoger un posible salto de calidad. En el diálogo con el Señor aprendemos a reconocer lo que realmente queremos en nuestra vida. Hay quienes desean avanzar pero, al mismo tiempo, permanecen atrapados en la queja. Es importante recordar que la queja es un veneno para el alma, porque no alimenta el deseo de seguir adelante.
Con frecuencia, es el deseo lo que marca la diferencia entre un proyecto exitoso, coherente y duradero, y los muchos sueños y buenos propósitos de aquellos que nunca actúan. Como dice el refrán: *"Con ellos está empedrado el infierno."* Debemos cuidar nuestro deseo, evitando que se atrofie en medio del bombardeo de distracciones, estímulos y ruidos que nos impiden reflexionar sobre lo que realmente queremos. Muchas personas sufren porque no saben qué hacer con su vida; nunca han explorado su deseo profundo, nunca se han preguntado: *"¿Qué quiero realmente?"*.
El riesgo de vivir sin dirección es grande. Algunos cambios, aunque deseados en teoría, nunca se concretan porque falta el deseo fuerte que impulsa la acción. Si Jesús nos hiciera la misma pregunta que al ciego de Jericó: *"¿Qué quieres que te haga?"*, ¿qué responderíamos? Quizás podríamos pedirle que nos ayude a reconocer el deseo profundo que Él mismo ha sembrado en nuestro corazón: *"Danos el deseo, Señor, y hazlo crecer."* Porque también Él tiene un gran deseo respecto a nosotros: hacernos partícipes de su plenitud de vida.
- Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
- Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
- Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
- Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
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