Oración inicial invocando al Espíritu Santo.
Lectura previa:
Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 4 de enero de 2023. 14 de 14 sobre el discernimiento
Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230104-udienza-generale.html
Síntesis de lectura
Completamos las ayudas que sostienen el discernimiento con el acompañamiento espiritual, un recurso esencial para conocerse a uno mismo. Este conocimiento es indispensable en el discernimiento, pero no es lo mismo "mirarse al espejo" que "mirarse al espejo con la ayuda de otro" que nos ayude a ver la verdad.
La gracia de Dios siempre actúa en nuestra naturaleza, como la semilla que germina en tierra fértil. Es importante aprender a mostrarnos tal como somos, sin temor a compartir nuestras fragilidades, esos aspectos donde nos sentimos más sensibles, débiles o inseguros. Abrir el corazón a quien nos acompaña en el camino de la vida no significa depender de otro para decidir, sino contar con alguien que nos escuche y nos ayude a ver con claridad. Nuestra fragilidad es nuestra verdadera riqueza. Debemos aprender a respetarla y acogerla, porque cuando la ofrecemos a Dios, se transforma en ternura, misericordia y amor. La fragilidad nos hace profundamente humanos, y Dios, al hacerse uno de nosotros, quiso compartir nuestra propia vulnerabilidad.
El acompañamiento espiritual, cuando es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar malentendidos, incluso aquellos que afectan nuestra percepción de nosotros mismos y nuestra relación con Dios. Quienes han experimentado un verdadero encuentro con Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad y reconocer su insuficiencia. Este compartir se convierte en una experiencia de salvación y en el gozo de recibir el perdón.
Expresar ante otra persona lo que hemos vivido o lo que anhelamos aporta claridad interior, liberándonos de pensamientos que nos perturban. Hay ideas falsas y dañinas que el diálogo con otro nos ayuda a desenmascarar, permitiéndonos sentirnos amados por Dios tal como somos y reconocer que somos capaces de hacer el bien en Su nombre. A menudo, descubrimos nuevas perspectivas de las cuales antes no éramos conscientes.
El acompañante espiritual no reemplaza al Señor, ni decide en lugar del acompañado; más bien, camina a su lado, le ayuda a interpretar lo que sucede en su corazón y le guía en la lectura de los signos de los tiempos, la voz de Dios, la voz del tentador y los obstáculos que parecen imposibles de superar. Como dice el proverbio: "Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado."
El acompañamiento es fructífero cuando ambas partes han experimentado la filiación y la fraternidad espiritual. Somos pueblo, Iglesia en camino, no avanzamos solos hacia el Señor. Con frecuencia, somos sostenidos y sanados por la fe de otra persona, que nos ayuda a seguir adelante cuando atravesamos momentos de parálisis interior. Y otras veces, somos nosotros quienes ofrecemos ese apoyo a un hermano. Sin esta experiencia de comunión, el acompañamiento puede generar expectativas irreales, dependencias o malentendidos, dejando a la persona en un estado de inmadurez.
La Virgen María es maestra del discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Son tres actitudes esenciales: escuchar, meditar y hablar solo cuando es necesario. Y cuando María habla, deja una huella imborrable. Su misión no es atraer la atención hacia sí misma, sino señalar siempre a Jesús: "Hagan lo que Él les diga." María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno y nos invita a traducir Su palabra en acciones concretas. Supo hacerlo mejor que nadie, y por ello estuvo presente en los momentos más decisivos de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de la cruz.
El discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Cuando se practica correctamente, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más hermosa y ordenada. Sin embargo, el discernimiento es, ante todo, un don de Dios, que debemos pedir constantemente sin caer en la autosuficiencia. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos clave de mi vida. Ayúdame a comprender qué debo hacer y qué debo aprender. Dame la gracia del discernimiento y la persona que me ayude a ejercerlo.
La voz del Señor siempre se reconoce, porque tiene un estilo único: es una voz que apacigua, anima y da tranquilidad en medio de las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda una y otra vez: «No temas» (Lc 1,30). Si confiamos en Su palabra, jugaremos bien el partido de la vida y podremos ayudar a los demás. Como dice el salmo: «Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi camino» (Sal 119,105).
Momentos de la conversación espiritual:
- Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
- Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
- Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
- Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
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