Los ángeles,
cuando anunciaron al mundo el gozo incomparable y único del nacimiento de Jesús,
hicieron dos promesas: una para el cielo, la otra para la tierra. Para el
cielo, la gloria de Dios; para la tierra, la paz a los hombres de buena
voluntad. Y esas dos promesas encierran y sintetizan toda la obra de Jesucristo
en este mundo: a eso vino, a dar Gloria a Dios y traer a los hombres la Paz,
esa fue su obra: la Gloria de Dios y la Paz de las almas.
Y como no sería
posible en unas cuantas páginas
tratar al mismo tiempo de estos dos frutos deliciosos de Jesús, voy a limitarme a considerar uno
solo de ellos, la Paz. Fue lo que Jesucristo nos trajo del cielo, es su don, el
don de Dios; un don tan hermoso, tan profundo, tan incomprensivo, tan eficaz,
que nunca acertaremos a comprender.
De la paz divina pudiéramos
decir lo que de Sí mismo dijo Nuestro Señor a la Samaritana en el brocal del
pozo de Jacob: “¡Si conocieras el don de
Dios!” (Jn 4,10).
¡Si conocieras el don de Dios!
¡Si supiéramos
lo que es la paz! ¡Si comprendiéramos todos los tesoros que en ella
puso Nuestro Señor, cómo es el resumen, pudiéramos
decir, y el coronamiento y la síntesis
de todas las gracias y de todas las bendiciones celestiales que hemos recibido
en Cristo Jesús!
La paz es como el sello de Cristo. No es uno de tantos dones
que nos trajo, es en cierta manera su don. Cuando apareció en el mundo, en la noche inolvidable
de Belén, los ángeles anunciaron la paz. En aquella
otra noche, la última que pasó por la tierra, inolvidable también y dulcísima, la noche del Cenáculo y
de la Eucaristía, Jesús dejó a sus
amados, como testamento de su amor, la paz: “Mi paz
os dejo mi paz os doy…” (Jn
14,27).
Y cuando resucitó, el
saludo que daba siempre a sus Apóstoles
era éste: “¡la paz sea con vosotros!” (Jn
20,21).
Más aún, les recomendó que cuando fueran a ejercer su misión apostólica,
al llegar a una casa cualquiera, siempre dijeran estas mismas palabras: “La paz sea con vosotros”, y si allí estaba el hijo de la Paz, recibirían la Paz; si no, “vuestra
paz decía, volverá con vosotros”.
La Santa Iglesia que conoce a fondo el Espíritu de Jesús, que es Jesús mismo
perpetuándose a través de los siglos, ha recogido la
palabra de su Maestro y constantemente en su liturgia pide para sus hijos la
Paz, y nos la da y hace que unos a los otros nos la demos. Y así casi todos los sacramentos se
consuman en la Paz “la paz sea contigo”, dice el sacerdote al bautizado para
despedirlo, e igualmente al confirmado y al que se ha purificado de sus pecados
en el sacramento de la Penitencia: “anda en
Paz”.
A las veces, la comunicación de la
Paz de Jesús se hace con alguna
ceremonia externa, llena de ternura: es un abrazo, como en la Misa solemne,
entre el sacerdote y sus ministros; es un ósculo,
como entre el Obispo y el sacerdote que acaba de ordenar.
De manera que toda la Liturgia está como impregnada de este Espíritu de
Jesucristo y a cada paso resuena en ella la palabra de Jesús a sus Apóstoles después de la
resurrección: “La paz sea contigo, la paz sea con vosotros”.
Y puede asegurarse que la vida de la Iglesia no es otra cosa
que la marcha triunfal de la paz en el mundo: sobre la cuna de la Iglesia, como
sobre el pesebre de Belén, los ángeles podían entonar el mismo cántico: “Gloria a Dios en las alturas y paz en
la tierra a los hombres de buena voluntad”.
Porque la Iglesia no ha hecho otra cosa, ni intenta hacer otra cosa, ni tiene
otra misión, que dar Gloria a Dios y
paz a los hombres de buena voluntad.
***
Pero esta paz de Jesucristo tiene
caracteres especiales que conviene contemplar siquiera sea de paso.
Desde luego, es como exclusiva de
Él: Jesús tiene
el monopolio de la Paz, por más que
lo intenta. Falsifica la alegría;
cierto que esa alegría del
mundo es superficial y a las veces llega a ser sarcasmo; pero al fin la
falsifica. Y falsifica la sabiduría,
deslumbrando a los crédulos
con una ciencia aparatosa pero vana; y falsifica el amor, dando este nombre
sagrado a la pasión brutal o al egoísmo vil. Hijo al fin de Satanás, padre de la mentira, el mundo es
esencialmente engañoso y todo lo falsifica. Pero
hay algo que no puede falsificar: la paz. El mundo no puede darla, porque es
algo divino, porque es el sello de Jesús.
***
Y esta Paz que Nuestro Señor nos da es profunda. No es
superficial y puramente exterior, como por ejemplo la paz de los sepulcros, la
paz de los desiertos, que en realidad no es Paz, sino soledad, vacío, desolación… la Paz
de Dios llega en cambio hasta lo profundo de nuestros corazones, es algo que
nos invade como un perfume exquisito que penetra, - pudiéramos decir con San Pablo - , hasta la división del alma y del espíritu. Es plenitud, es vida…
***
Es también indestructible. Nada ni nadie puede arrancarla de un
alma que ha recibido de Dios este don, la Paz del cielo: ni las persecuciones
de os tiranos, ni las asechanzas del demonio, ni todas las vicisitudes de la
tierra, pueden turbar a un corazón donde
Dios ha establecido la Paz.
En la víspera de su Pasión,
Nuestro Señor decía a sus Apóstoles
que les daba su gozo y añadía: “Y nadie
podrá arrebatar vuestro gozo” (Jn 16,22). Exactamente lo mismo
puede decirse de la Paz: nadie os la podrá
arrebatar. Nos pueden quitar todo: nuestras casas, nuestros bienes, nuestras
libertades y hasta nuestra alegría. Cierto
que la perfecta alegría se
tiene precisamente cuando los ojos lloran y el corazón sangra; pero tales alturas son propias sólo de almas muy elevadas y perfectas;
por eso a nosotros sí nos
pueden en cierta manera arrebatar la alegría. Pero
no nos pueden arrebatar la Paz cuando Jesús nos
la ha dado, y puede continuar reinando en nuestros corazones a pesar de las
miserias, tristezas y amarguras de la vida.
***
La Paz de Cristo, en fin, es una Paz
rica, llena de dulzura y suavidad. San Pablo, hablando de ella dice, “La Paz de Dios que supera a todos los
goces de los sentidos” (Flp
4,7).
Esta Paz es la única forma de felicidad sobre la
tierra. Es la sustancia del cielo. Sin los esplendores de la visión beatífica,
sin la inamisibilidad de aquel estado perenne, sin la felicidad desbordante del
cielo, la Paz es “la sustancia de las cosas que
esperamos” es “la sustancia de la felicidad que hemos de disfrutar en el
cielo.
***
¡Ah!
Hace veinte siglos que Jesús hizo
a la humanidad este don riquísimo; y
en cada Navidad renueva este don del cielo en las almas, y los ángeles vuelven a cantar: “Paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad”, y en cada Pascua, Jesús resucitado vuelve a saludar a sus
fieles con su palabra favorita, “¡Paz a
vosotros!” derramando en los corazones
cristianos un torrente abundante e impetuoso de Paz …
Y sin embargo ¿por qué falta
tanto a las almas la Paz? Y no me refiero precisamente a la paz exterior,
colectiva, internacional. No, me refiero a la Paz íntima, que las guerras, y persecuciones no alcanzan a
turbar. ¿Por qué, repito, falta tanto a las almas la Paz?
Comprendo que las almas haya
luchas, comprendo que haya dolor, pero lo que parece difícil comprender, si se consideran las cosas a fondo, es que
en el alma de un cristiano falte la Paz.
Tenemos los cristianos derecho a
sufrir, a luchar, a ser perseguidos; pero no tenemos derecho a perder la Paz.
Porque la actitud propia del cristiano, su ambiente natural debía ser la Paz, en medio de todas las
vicisitudes, combates y miserias de la vida, debiera conservar la Paz, el sello
de Jesús y el rasgo característico del cristiano.
Donde está Dios ahí está la Paz, y nosotros llevamos a Dios
en nuestros corazones. Ni la vida ni la muerte, ni las potestades del cielo, ni
los poderes del infierno, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna
puede arrancarnos de nuestro corazón a ese
Dios que poseemos; entonces, ¿por qué no está
embalsamada de Paz toda nuestra vida?
***
Insisto en este punto, porque
tengo para mí que las almas deben
conservar a toda costa su Paz; para lo cual nada tan necesario como descubrir
el secreto de la Paz.
La Sagrada Escritura dice: «Busca la paz y persíguela» (Sal
33,15), indicándonos con estas palabras que
la Paz no es cosa que debemos buscar con tibieza y negligencia, sino con ardor,
con solicitud, como en la guerra se
persigue al enemigo, como en la Paz se anhela y busca la felicidad; así debemos buscar y perseguir
constantemente la Paz.
Pero, ¿es posible conservar siempre la Paz en el alma? ¿Es debido que nuestros corazones no
se turben por nada? ¿Hay
medios eficaces para realizar este ideal y senderos seguros y rectos para
llegar a esta meta dichosísima.
Sin duda alguna. Antes lo extraño es que las almas pierdan con tanta
facilidad la Paz y que vivan en la inquietud. ¡Este sí que es un mal! ¿El dolor? Que venga en buena hora. ¿La lucha? También. ¿La
desolación? Perfectamente. ¡Pero la inquietud, la turbación, no y mil veces no! Todas aquellas
cosas aunque sean contrarias y desagradables a nuestra naturaleza, esconden
tesoros divinos y frutos celestiales por más que
no siempre sepamos descubrirlos y apreciarlos. Pero la turbación no encierra bien alguno, y aún a las almas a quienes Nuestro Señor se las ha confiado una misión toda de dolor y de expiación, no les pide ni les puede pedir el
sacrificio de su Paz. Les pedirá que
sacrifiquen todos los bienes de este mundo; les pedirá el sacrificio de sí
mismas, tan doloroso, tan lento, porque no es de un día ni de un año, sino
de toda la vida; les pedirá inmolaciones
íntimas y torturantes, pero todas en
un ambiente de Paz, que es el sello de Dios.
Sería
interesante hacer el análisis
de nuestras inquietudes, y al descubrir su causa nos llenaríamos de rubor, encontrando que el
origen de nuestras turbaciones es la ignorancia, o el egoísmo, o la falta de confianza en las
promesas divinas. Pero más que
analizar el mal, prefiero proponer los medios para que el alma se conserve en
la Paz a pesar de todo.
Orar por la paz, la serenidad y la dulzura en tu corazón y el corazón de tu cónyuge. Haz un plan para construir puentes de amor, respeto y admiración. Este plan debe tener actividades específicas que estén sólo bajo tu poder y responsabilidad. Sobre todo tiene que considerar el diálogo, los tiempos, los detalles, las fechas importantes, etc.
Estudiar el video de Fr. Nelson Medina O.P. Doctrina Espiritual de Santa Catalina, 05 de 10: Conocimiento de sí, parte 1 de 4
https://www.youtube.com/watch?v=7SIyDZ6d_Mg
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