martes, 21 de marzo de 2017

Día 19 de 40: Al encuentro con Jesús - Los senderos de la Paz.




Los ángeles, cuando anunciaron al mundo el gozo incomparable y único del nacimiento de Jesús, hicieron dos promesas: una para el cielo, la otra para la tierra. Para el cielo, la gloria de Dios; para la tierra, la paz a los hombres de buena voluntad. Y esas dos promesas encierran y sintetizan toda la obra de Jesucristo en este mundo: a eso vino, a dar Gloria a Dios y traer a los hombres la Paz, esa fue su obra: la Gloria de Dios y la Paz de las almas.

Y como no sería posible en unas cuantas páginas tratar al mismo tiempo de estos dos frutos deliciosos de Jesús, voy a limitarme a considerar uno solo de ellos, la Paz. Fue lo que Jesucristo nos trajo del cielo, es su don, el don de Dios; un don tan hermoso, tan profundo, tan incomprensivo, tan eficaz, que nunca acertaremos a comprender.

De la paz divina pudiéramos decir lo que de Sí mismo dijo Nuestro Señor a la Samaritana en el brocal del pozo de Jacob: “¡Si conocieras el don de Dios! (Jn 4,10).

¡Si conocieras el don de Dios! ¡Si supiéramos lo que es la paz! ¡Si comprendiéramos todos los tesoros que en ella puso Nuestro Señor, cómo es el resumen, pudiéramos decir, y el coronamiento y la síntesis de todas las gracias y de todas las bendiciones celestiales que hemos recibido en Cristo Jesús!

La paz es como el sello de Cristo. No es uno de tantos dones que nos trajo, es en cierta manera su don. Cuando apareció en el mundo, en la noche inolvidable de Belén, los ángeles anunciaron la paz. En aquella otra noche, la última que pasó por la tierra, inolvidable también y dulcísima, la noche del Cenáculo y de la Eucaristía, Jesús dejó a sus amados, como testamento de su amor, la paz: Mi paz os dejo mi paz os doy…” (Jn 14,27).

Y cuando resucitó, el saludo que daba siempre a sus Apóstoles era éste: “¡la paz sea con vosotros! (Jn 20,21).

Más aún, les recomendó que cuando fueran a ejercer su misión apostólica, al llegar a una casa cualquiera, siempre dijeran estas mismas palabras: La paz sea con vosotros, y si allí estaba el hijo de la Paz, recibirían la Paz; si no, vuestra paz decía, volverá con vosotros.

La Santa Iglesia que conoce a fondo el Espíritu de Jesús, que es Jesús mismo perpetuándose a través de los siglos, ha recogido la palabra de su Maestro y constantemente en su liturgia pide para sus hijos la Paz, y nos la da y hace que unos a los otros nos la demos. Y así casi todos los sacramentos se consuman en la Paz la paz sea contigo, dice el sacerdote al bautizado para despedirlo, e igualmente al confirmado y al que se ha purificado de sus pecados en el sacramento de la Penitencia: anda en Paz.

A las veces, la comunicación de la Paz de Jesús se hace con alguna ceremonia externa, llena de ternura: es un abrazo, como en la Misa solemne, entre el sacerdote y sus ministros; es un ósculo, como entre el Obispo y el sacerdote que acaba de ordenar.

De manera que toda la Liturgia está como impregnada de este Espíritu de Jesucristo y a cada paso resuena en ella la palabra de Jesús a sus Apóstoles después de la resurrección: La paz sea contigo, la paz sea con vosotros.

Y puede asegurarse que la vida de la Iglesia no es otra cosa que la marcha triunfal de la paz en el mundo: sobre la cuna de la Iglesia, como sobre el pesebre de Belén, los ángeles podían entonar el mismo cántico: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Porque la Iglesia no ha hecho otra cosa, ni intenta hacer otra cosa, ni tiene otra misión, que dar Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad.

***

Pero esta paz de Jesucristo tiene caracteres especiales que conviene contemplar siquiera sea de paso.

Desde luego, es como exclusiva de Él: Jesús tiene el monopolio de la Paz, por más que lo intenta. Falsifica la alegría; cierto que esa alegría del mundo es superficial y a las veces llega a ser sarcasmo; pero al fin la falsifica. Y falsifica la sabiduría, deslumbrando a los crédulos con una ciencia aparatosa pero vana; y falsifica el amor, dando este nombre sagrado a la pasión brutal o al egoísmo vil. Hijo al fin de Satanás, padre de la mentira, el mundo es esencialmente engañoso y todo lo falsifica. Pero hay algo que no puede falsificar: la paz. El mundo no puede darla, porque es algo divino, porque es el sello de Jesús.

***

Y esta Paz que Nuestro Señor nos da es profunda. No es superficial y puramente exterior, como por ejemplo la paz de los sepulcros, la paz de los desiertos, que en realidad no es Paz, sino soledad, vacío, desolación la Paz de Dios llega en cambio hasta lo profundo de nuestros corazones, es algo que nos invade como un perfume exquisito que penetra, - pudiéramos decir con San Pablo - , hasta la división del alma y del espíritu. Es plenitud, es vida

***

Es también indestructible. Nada ni nadie puede arrancarla de un alma que ha recibido de Dios este don, la Paz del cielo: ni las persecuciones de os tiranos, ni las asechanzas del demonio, ni todas las vicisitudes de la tierra, pueden turbar a un corazón donde Dios ha establecido la Paz.

En la víspera de su Pasión, Nuestro Señor decía a sus Apóstoles que les daba su gozo y añadía: Y nadie podrá arrebatar vuestro gozo (Jn 16,22). Exactamente lo mismo puede decirse de la Paz: nadie os la podrá arrebatar. Nos pueden quitar todo: nuestras casas, nuestros bienes, nuestras libertades y hasta nuestra alegría. Cierto que la perfecta alegría se tiene precisamente cuando los ojos lloran y el corazón sangra; pero tales alturas son propias sólo de almas muy elevadas y perfectas; por eso a nosotros sí nos pueden en cierta manera arrebatar la alegría. Pero no nos pueden arrebatar la Paz cuando Jesús nos la ha dado, y puede continuar reinando en nuestros corazones a pesar de las miserias, tristezas y amarguras de la vida.

***

La Paz de Cristo, en fin, es una Paz rica, llena de dulzura y suavidad. San Pablo, hablando de ella dice, La Paz de Dios que supera a todos los goces de los sentidos (Flp 4,7).

Esta Paz es la única forma de felicidad sobre la tierra. Es la sustancia del cielo. Sin los esplendores de la visión beatífica, sin la inamisibilidad de aquel estado perenne, sin la felicidad desbordante del cielo, la Paz es la sustancia de las cosas que esperamos es la sustancia de la felicidad que hemos de disfrutar en el cielo.

***

¡Ah! Hace veinte siglos que Jesús hizo a la humanidad este don riquísimo; y en cada Navidad renueva este don del cielo en las almas, y los ángeles vuelven a cantar: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, y en cada Pascua, Jesús resucitado vuelve a saludar a sus fieles con su palabra favorita, “¡Paz a vosotros! derramando en los corazones cristianos un torrente abundante e impetuoso de Paz

Y sin embargo ¿por qué falta tanto a las almas la Paz? Y no me refiero precisamente a la paz exterior, colectiva, internacional. No, me refiero a la Paz íntima, que las guerras, y persecuciones no alcanzan a turbar. ¿Por qué, repito, falta tanto a las almas la Paz?

Comprendo que las almas haya luchas, comprendo que haya dolor, pero lo que parece difícil comprender, si se consideran las cosas a fondo, es que en el alma de un cristiano falte la Paz.

Tenemos los cristianos derecho a sufrir, a luchar, a ser perseguidos; pero no tenemos derecho a perder la Paz. Porque la actitud propia del cristiano, su ambiente natural debía ser la Paz, en medio de todas las vicisitudes, combates y miserias de la vida, debiera conservar la Paz, el sello de Jesús y el rasgo característico del cristiano.

Donde está Dios ahí está la Paz, y nosotros llevamos a Dios en nuestros corazones. Ni la vida ni la muerte, ni las potestades del cielo, ni los poderes del infierno, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna puede arrancarnos de nuestro corazón a ese Dios que poseemos; entonces, ¿por qué no está embalsamada de Paz toda nuestra vida?

***

Insisto en este punto, porque tengo para mí que las almas deben conservar a toda costa su Paz; para lo cual nada tan necesario como descubrir el secreto de la Paz.

La Sagrada Escritura dice: «Busca la paz y persíguela» (Sal 33,15), indicándonos con estas palabras que la Paz no es cosa que debemos buscar con tibieza y negligencia, sino con ardor, con solicitud,  como en la guerra se persigue al enemigo, como en la Paz se anhela y busca la felicidad; así debemos buscar y perseguir constantemente la Paz.

Pero, ¿es posible conservar siempre la Paz en el alma? ¿Es debido que nuestros corazones no se turben por nada? ¿Hay medios eficaces para realizar este ideal y senderos seguros y rectos para llegar a esta meta dichosísima.

Sin duda alguna. Antes lo extraño es que las almas pierdan con tanta facilidad la Paz y que vivan en la inquietud. ¡Este sí que es un mal! ¿El dolor? Que venga en buena hora. ¿La lucha? También. ¿La desolación? Perfectamente. ¡Pero la inquietud, la turbación, no y mil veces no! Todas aquellas cosas aunque sean contrarias y desagradables a nuestra naturaleza, esconden tesoros divinos y frutos celestiales por más que no siempre sepamos descubrirlos y apreciarlos. Pero la turbación no encierra bien alguno, y aún a las almas a quienes Nuestro Señor se las ha confiado una misión toda de dolor y de expiación, no les pide ni les puede pedir el sacrificio de su Paz. Les pedirá que sacrifiquen todos los bienes de este mundo; les pedirá el sacrificio de sí mismas, tan doloroso, tan lento, porque no es de un día ni de un año, sino de toda la vida; les pedirá inmolaciones íntimas y torturantes, pero todas en un ambiente de Paz, que es el sello de Dios.

Sería interesante hacer el análisis de nuestras inquietudes, y al descubrir su causa nos llenaríamos de rubor, encontrando que el origen de nuestras turbaciones es la ignorancia, o el egoísmo, o la falta de confianza en las promesas divinas. Pero más que analizar el mal, prefiero proponer los medios para que el alma se conserve en la Paz a pesar de todo.
DESAFÍO DE HOY.

Orar por la paz, la serenidad y la dulzura en tu corazón y el corazón de tu cónyuge. Haz un plan para construir puentes de amor, respeto y admiración. Este plan debe tener actividades específicas que estén sólo bajo tu poder y responsabilidad. Sobre todo tiene que considerar el diálogo, los tiempos, los detalles, las fechas importantes, etc.

Estudiar el video de Fr. Nelson Medina O.P.  Doctrina Espiritual de Santa Catalina, 05 de 10: Conocimiento de sí, parte 1 de 4

https://www.youtube.com/watch?v=7SIyDZ6d_Mg

No hay comentarios:

Publicar un comentario