domingo, 6 de julio de 2025

015 Discernir en pareja - Actitud agradecida en presencia del Señor

 Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles x de xiembre de 2022. x de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220928-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

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Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


014 Discernir en pareja - El acompañamiento espiritual.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 4 de enero de 2023. 14 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230104-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

Completamos las ayudas que sostienen el discernimiento con el acompañamiento espiritual, un recurso esencial para conocerse a uno mismo. Este conocimiento es indispensable en el discernimiento, pero no es lo mismo "mirarse al espejo" que "mirarse al espejo con la ayuda de otro" que nos ayude a ver la verdad.

La gracia de Dios siempre actúa en nuestra naturaleza, como la semilla que germina en tierra fértil. Es importante aprender a mostrarnos tal como somos, sin temor a compartir nuestras fragilidades, esos aspectos donde nos sentimos más sensibles, débiles o inseguros. Abrir el corazón a quien nos acompaña en el camino de la vida no significa depender de otro para decidir, sino contar con alguien que nos escuche y nos ayude a ver con claridad. Nuestra fragilidad es nuestra verdadera riqueza. Debemos aprender a respetarla y acogerla, porque cuando la ofrecemos a Dios, se transforma en ternura, misericordia y amor. La fragilidad nos hace profundamente humanos, y Dios, al hacerse uno de nosotros, quiso compartir nuestra propia vulnerabilidad.

El acompañamiento espiritual, cuando es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar malentendidos, incluso aquellos que afectan nuestra percepción de nosotros mismos y nuestra relación con Dios. Quienes han experimentado un verdadero encuentro con Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad y reconocer su insuficiencia. Este compartir se convierte en una experiencia de salvación y en el gozo de recibir el perdón.

Expresar ante otra persona lo que hemos vivido o lo que anhelamos aporta claridad interior, liberándonos de pensamientos que nos perturban. Hay ideas falsas y dañinas que el diálogo con otro nos ayuda a desenmascarar, permitiéndonos sentirnos amados por Dios tal como somos y reconocer que somos capaces de hacer el bien en Su nombre. A menudo, descubrimos nuevas perspectivas de las cuales antes no éramos conscientes.

El acompañante espiritual no reemplaza al Señor, ni decide en lugar del acompañado; más bien, camina a su lado, le ayuda a interpretar lo que sucede en su corazón y le guía en la lectura de los signos de los tiempos, la voz de Dios, la voz del tentador y los obstáculos que parecen imposibles de superar. Como dice el proverbio: "Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado."

El acompañamiento es fructífero cuando ambas partes han experimentado la filiación y la fraternidad espiritual. Somos pueblo, Iglesia en camino, no avanzamos solos hacia el Señor. Con frecuencia, somos sostenidos y sanados por la fe de otra persona, que nos ayuda a seguir adelante cuando atravesamos momentos de parálisis interior. Y otras veces, somos nosotros quienes ofrecemos ese apoyo a un hermano. Sin esta experiencia de comunión, el acompañamiento puede generar expectativas irreales, dependencias o malentendidos, dejando a la persona en un estado de inmadurez.

La Virgen María es maestra del discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Son tres actitudes esenciales: escuchar, meditar y hablar solo cuando es necesario. Y cuando María habla, deja una huella imborrable. Su misión no es atraer la atención hacia sí misma, sino señalar siempre a Jesús: "Hagan lo que Él les diga." María sabe que el Señor habla al corazón de cada uno y nos invita a traducir Su palabra en acciones concretas. Supo hacerlo mejor que nadie, y por ello estuvo presente en los momentos más decisivos de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema de la cruz.

El discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Cuando se practica correctamente, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más hermosa y ordenada. Sin embargo, el discernimiento es, ante todo, un don de Dios, que debemos pedir constantemente sin caer en la autosuficiencia. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos clave de mi vida. Ayúdame a comprender qué debo hacer y qué debo aprender. Dame la gracia del discernimiento y la persona que me ayude a ejercerlo.

La voz del Señor siempre se reconoce, porque tiene un estilo único: es una voz que apacigua, anima y da tranquilidad en medio de las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda una y otra vez: «No temas» (Lc 1,30). Si confiamos en Su palabra, jugaremos bien el partido de la vida y podremos ayudar a los demás. Como dice el salmo: «Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi camino» (Sal 119,105).

Momentos de la conversación espiritual:


  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


013 Discernir en pareja - Ayudas para el discernimiento.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 21 de diciembre de 2022. 13 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221221-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

Si crees que el discernimiento es complicado, considera cuán difícil puede ser la vida cuando no aprendemos a interpretarla. Sin esa capacidad, corremos el riesgo de desperdiciarla y caer en el desaliento. Pero el discernimiento no es un ejercicio que realizamos solos; hoy veremos algunas ayudas que pueden facilitarlo, pues es indispensable en la vida espiritual:

  • La Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia. Nos enseñan a leer lo que se mueve en el corazón, permitiéndonos reconocer la voz de Dios y distinguirla de otras voces. Su mensaje resuena en la calma, en la atención y el silencio, como la experiencia del profeta Elías, quien escuchó a Dios en una brisa suave (cf. 1 Re 19,11-12). La voz de Dios nunca se impone; es discreta, respetuosa, humilde y pacificadora. Solo en esa paz podemos adentrarnos en lo profundo del alma y reconocer los deseos del Señor. Su Palabra es presencia viva y obra del Espíritu Santo: conforta, instruye, ilumina, fortalece, restaura y nos llena de gozo. Es un auténtico anticipo del paraíso. Dedícale cinco minutos al día y deja que la Palabra de Dios toque tu corazón.
  • Una relación afectiva con Jesús, el corazón que habla al corazón. En ocasiones, podemos tener una imagen distorsionada de Dios, pero Jesús nos revela un Padre lleno de compasión y ternura, dispuesto a sacrificarse para salir al encuentro de sus hijos. Quien contempla el crucifijo descubre una paz nueva y aprende a no temer a Dios: en la cruz se manifiestan, al mismo tiempo, la aparente impotencia y el amor más pleno, capaz de afrontar cualquier prueba por nosotros. La vida con el Señor puede verse como una amistad que crece cada día, capaz de transformar el corazón.
  • El rosario y el vía crucis. La historia de la pasión de Jesús es el camino maestro para enfrentar el mal sin dejarse abrumar por él. En este relato no hay juicio ni resignación, porque está atravesado por una luz mayor: la luz de la Pascua, que revela un designio divino en medio de los acontecimientos más dolorosos. Nada puede frustrar ese plan. Cruz y resurrección: Cristo es la puerta.
  • El don del Espíritu Santo. Presente en nosotros, nos instruye, da vida a la Palabra que leemos, abre caminos y señala sendas de luz donde antes solo parecía haber oscuridad. ¡El Espíritu Santo da vida al alma! Déjalo entrar, invócalo con frecuencia, pues en Él reside la fuerza de la Iglesia y el impulso para avanzar. Es discernimiento en acción, la presencia viva de Dios, el mayor de los regalos. Nunca canceles el diálogo con el Espíritu Santo; incluso si caes en pecado, háblale, porque Él te ayudará a encontrar el perdón.
  • La liturgia de las Horas. Nos guía en la oración con una súplica sencilla y profunda: «Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme». Esta invocación expresa el grito irreprimible que brota del alma necesitada de salvación. Nos ayuda en el discernimiento, recordándonos que Dios ha obrado en nuestra vida, que nunca estamos solos y que luchamos por lo más grande: el Reino de Dios y la salvación de las almas.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


012 Discernir en pareja - La actitud del discernimiento. La vigilancia.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 14 de diciembre de 2022. 12 de 14 sobre el discernimiento

Fuentehttps://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221214-udienza-generale.html

Síntesis de lectura

Jesús enfatiza la importancia de que el buen discípulo permanezca vigilante, sin dejarse llevar por una seguridad excesiva cuando todo parece ir bien. En lugar de relajarse, debe estar atento y preparado para cumplir con su deber. «Dichosos los siervos a quienes el Señor, al venir, encuentre despiertos» (Lc 12,37). La vigilancia es clave para custodiar el corazón y comprender lo que sucede en su interior. Se trata de la actitud del alma cristiana que espera la venida final del Señor, pero también de una disposición cotidiana que guía la conducta de vida, permitiendo que las decisiones tomadas con esfuerzo y discernimiento sean perseverantes, coherentes y fecundas.

Caer en la comodidad y apartar la mirada de los pasos del Señor en nuestra vida pone en riesgo todo lo que hemos construido. Es un peligro espiritual, pues, aunque todo pueda parecer en orden, si el dueño de casa no está presente ni vela por su hogar, es como si no existiera. La excesiva confianza en uno mismo puede llevar a perder la humildad necesaria para custodiar el corazón. En ese descuido, el maligno encuentra su oportunidad de ataque, como un ladrón que irrumpe en la noche (cf. Mt 12,44). Cuando confiamos más en nuestras fuerzas que en la Gracia de Dios, dejamos abierta la puerta al enemigo.

Cuidado con los "demonios educados", que se disfrazan de respetables y entran sin que uno los advierta, solo para imponerse y desviar el camino. La espiritualidad mundana de hoy está llena de ellos. Por eso, es necesario mantenerse vigilantes, perseverar en la Gracia y protegerla con firmeza. Custodiemos las puertas del alma (ojos, oídos, tacto, lengua), pues no basta con hacer un buen discernimiento y tomar una buena decisión; es imprescindible velar por la continuidad de esa elección y conservar el don que Dios nos ha dado.

La vigilancia es signo de sabiduría, pero sobre todo, de humildad, la virtud fundamental en el camino cristiano.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.

011 Discernir en pareja - La materia del discernimiento. La consolación - La consolación verdadera.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 7 de diciembre de 2022. 11 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221207-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

En el proceso de discernimiento, es fundamental permanecer atentos inmediatamente después de tomar una decisión, para reconocer los signos que la confirman o la desmienten. Solo Dios es Señor del tiempo, y esto constituye una garantía de autenticidad.

  • Existen algunos aspectos clave que pueden ayudarnos a leer el tiempo posterior a la decisión como posible confirmación de su bondad. 
  • Paz duradera. Uno de los principales signos es una paz duradera, una serenidad que aporta armonía, unidad, fervor y celo. A través del proceso de reflexión, la persona emerge fortalecida, en un estado mejor que el inicial.
  • Fruto del amor de Dios. Otro signo es que la decisión sea fruto del amor y la generosidad de Dios hacia nosotros. No debe nacer del miedo, ni de un chantaje emocional o una obligación impuesta, sino de la gratitud por los dones recibidos. 
  • Certeza de lugar. Asimismo, es importante experimentar la certeza de estar en el lugar correcto en la vida: la tranquilidad de sentirse parte de un propósito mayor y desear contribuir a él. Esta seguridad permite establecer un orden en la vida diaria, integrando diversas responsabilidades y prioridades, lo que facilita afrontar dificultades con renovada energía y ánimo.
  • Libertad interior. Otro signo clave es la libertad interior respecto a la decisión tomada. Esto implica la disposición de revisarla si es necesario, e incluso de renunciar a ella si surgen señales contrarias, buscando en ellas una posible enseñanza del Señor. No porque Él quiera privarnos de aquello que más deseamos, sino porque nos invita a vivirlo sin apego, con auténtica libertad. La posesividad es enemiga del bien y debilita el afecto. Solo en la libertad podemos amar verdaderamente, y por ello el Señor nos ha creado libres, incluso con la posibilidad de decirle no. Ofrecerle a Dios lo que más amamos nos permite vivirlo de la mejor manera posible y con autenticidad, reconociéndolo como un don de Su bondad gratuita. 
  • Confianza plena. Confiar plenamente en Él nos da la certeza de que nuestra vida y la historia entera están en Sus manos misericordiosas. Lo que realmente importa es que nuestra confianza esté puesta en el Señor, el Dios del universo, que nos ama inmensamente.

Sigamos adelante, esforzándonos por tomar decisiones en oración y atentos a lo que sucede en nuestro corazón.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


miércoles, 2 de julio de 2025

010 Discernir en pareja - La materia del discernimiento. La consolación - La consolación verdadera.

 Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 30 de noviembre de 2022. 10 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221130-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

¿Cómo reconocer la verdadera consolación?

Para no ser engañados en la búsqueda del verdadero bien, San Ignacio nos ofrece algunos criterios esenciales. Es necesario observar el desarrollo de nuestros pensamientos: si el principio, el medio y el fin de una idea están plenamente orientados al bien, es señal de que proviene del Señor. Por el contrario, si al final conduce a algo malo, distractivo o menos provechoso que lo que el alma tenía inicialmente como propósito, si inquieta o perturba el espíritu, robándole la paz y la serenidad, entonces es claro que procede del mal espíritu, enemigo de nuestro bienestar y salvación eterna.

¿Qué significa que el principio esté orientado al bien?

Por ejemplo, si surge en mí el pensamiento de rezar, pero lo hace en un momento en el que tengo una tarea importante que cumplir, hay que preguntarse si la oración es realmente un llamado del Espíritu o simplemente una evasión de mis responsabilidades. La oración no debe convertirse en una excusa para evitar deberes legítimos. En este caso, la mejor opción sería cumplir primero con la tarea encomendada, como lavar los platos, y hacerlo en actitud de oración.

¿Qué significa que el medio esté orientado al bien?

Siguiendo el ejemplo, si al comenzar a rezar lo hago con resentimiento o soberbia, como el fariseo que ora desde la autosuficiencia, entonces la oración se convierte en un medio para alimentar el orgullo en lugar de un encuentro con Dios. En este caso, el medio no es bueno, y la consolación que parece surgir no es auténtica.

¿Qué significa que el fin esté orientado al bien?

Es esencial preguntarnos: ¿a dónde me conduce este pensamiento? Si la oración me lleva a sentirme omnipotente, creyendo que todo debe estar bajo mi control porque soy el único capaz de dirigir las cosas correctamente, entonces no estamos ante una verdadera consolación. El buen espíritu nunca nos impulsa hacia la soberbia, sino hacia la humildad y la confianza en Dios.

El enemigo es astuto y sabe disfrazarse. Su influencia entra a escondidas, sin que la persona lo perciba de inmediato. Por eso es fundamental examinar con paciencia el origen, el desarrollo y el desenlace de nuestros pensamientos, evitando caer repetidamente en los mismos errores. Todos tenemos puntos vulnerables, talones sensibles que el maligno busca atacar.

De ahí la importancia del examen de conciencia diario antes de concluir el día. Detenerse un momento y preguntarse: ¿qué ha sucedido en mi corazón hoy? ¿Ha estado atento? ¿Ha crecido o ha pasado todo sin que lo haya notado? Este ejercicio, aunque demande esfuerzo, es una práctica valiosa que nos ayuda a releer lo vivido con discernimiento. Reconocer el combate interior es signo de la acción de la Gracia de Dios en nosotros, guiándonos hacia una mayor libertad y claridad espiritual. El Espíritu Santo siempre está con nosotros.

La auténtica consolación es la confirmación de que estamos caminando en la dirección que Dios quiere para nosotros. El discernimiento no consiste simplemente en identificar el bien o el mayor bien posible, sino en reconocer lo que es verdaderamente bueno para mí aquí y ahora. Es en este proceso donde estamos llamados a crecer, estableciendo límites frente a otras opciones que, aunque puedan parecer atractivas, son irreales o nos desvían de nuestro propósito.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


martes, 1 de julio de 2025

009 Discernir en pareja - La materia del discernimiento. La consolación.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 23 de noviembre de 2022. 9 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220928-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

La consolación es una experiencia de alegría interior que permite reconocer la presencia de Dios en todas las cosas. Fortalece la fe y la esperanza, y refuerza la capacidad de obrar el bien. Quien vive en la consolación no se deja vencer por las dificultades, pues experimenta una paz más profunda que la prueba. Es un movimiento íntimo que toca lo más profundo del corazón, suave y delicado, como “una gota de agua en una esponja”. En este estado, la persona se siente envuelta por la presencia de Dios, siempre de una manera respetuosa con su propia libertad. Nunca desentona, no fuerza la voluntad ni se reduce a una euforia pasajera. 


Pensemos en tantos santos que, conquistados por la dulzura pacificante del amor de Dios, han realizado grandes obras. Sentir que todo está en armonía, que la paz lo envuelve todo, es parte de la experiencia de la consolación. Esta se vincula especialmente con la esperanza, pues abre el horizonte hacia el futuro, impulsa la acción, anima a retomar iniciativas postergadas o incluso a emprender caminos jamás imaginados.


La consolación es una paz profunda que mueve al ser humano a ponerse en camino. Nos impulsa a servir a los demás, a la sociedad y a quienes nos rodean. La consolación espiritual no es controlable ni programable a voluntad; es un don del Espíritu Santo. A través de ella, surge una familiaridad con Dios que parece anular las distancias. Es espontánea y nos lleva a actuar con la sencillez y la confianza de un niño, con dulzura y serenidad. En tiempos de consolación, el Espíritu nos empuja a avanzar, a emprender acciones que, en momentos de desolación, nos parecerían imposibles. Nos da el valor de dar el primer paso.


Sin embargo, es fundamental distinguir entre la consolación que proviene de Dios y las falsas consolaciones. Existen las auténticas y las imitaciones. Mientras que la verdadera consolación es suave e íntima, las imitaciones suelen ser ruidosas y llamativas, llenas de un entusiasmo superficial y vanidoso, carentes de solidez. Estas últimas conducen al ensimismamiento y no a la atención por los demás, dejando al final un vacío profundo. Por ello, es necesario el discernimiento cuando experimentamos consolación, pues puede convertirse en un peligro si la buscamos como un fin en sí misma, de manera obsesiva, olvidando al Señor. Como bien advierte San Bernardo: “¡Ay de quien busca las consolaciones de Dios y no al Dios de las consolaciones!”. Si caemos en esta trampa, corremos el riesgo de vivir la relación con Dios de forma inmadura, persiguiendo intereses personales y reduciendo al Señor a un objeto de consumo, perdiendo así el don más precioso: Dios mismo.


Sigamos adelante en nuestro caminar, entre consolaciones y desolaciones, pero siempre con el discernimiento necesario para reconocer cuándo vienen de Dios y cuándo no.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.

008 Discernir en pareja - La materia del discernimiento. La desolación - ¿por qué estamos desolados?

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 16 de noviembre de 2022. 8 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221116-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

Hemos visto lo importante que es leer lo que sucede y después de tomar decisiones. 

De hecho, entendemos que, sin una dosis de insatisfacción, sin una tristeza saludable, sin la capacidad de estar a solas con nosotros mismos sin huir, corremos el riesgo de caer en la superficialidad. La desolación actúa como una "sacudida del alma"; fomenta la vigilancia, la humildad y nos protege del capricho. No podemos ignorar nuestros sentimientos; debemos vivirlos para no volvernos indiferentes al sufrimiento ajeno ni incapaces de acoger el propio.

La "perfecta serenidad" no se alcanza manteniendo una distancia fría y calculada, como quien dice: “Yo no me involucro, tomo distancia”. Las decisiones importantes requieren compromiso y esfuerzo; tienen un precio que se paga con el corazón. La desolación también nos invita a la gratuidad, a actuar sin que la recompensa emotiva sea el único motor de nuestras acciones. Nos ofrece la oportunidad de cultivar relaciones que vayan más allá del mero intercambio de dar y recibir.

Nos hace mucho bien estar con el Señor sin otro propósito que estar en Su presencia, tal como ocurre con las personas que amamos: deseamos conocerlas más y más, simplemente porque es hermoso compartir tiempo con ellas. La vida espiritual no es una técnica ni un programa de bienestar interior; es una relación genuina con el Dios Vivo y Verdadero.

La desolación es la respuesta más clara a quienes afirman que la experiencia de Dios es una sugestión o una simple proyección de nuestros deseos. No debemos temerla, sino llevarla con perseverancia, sin huir. En ella, podemos encontrar al Señor. Por eso, ante las dificultades, jamás debemos desanimarnos, sino enfrentar la prueba con decisión y con la ayuda de Dios, que nunca nos falla.

Y si en nuestro interior escuchamos una voz insistente que busca alejarnos de la oración, aprendamos a desenmascararla como la voz del tentador. Sin dejarnos impresionar, sigamos adelante y hagamos justamente lo contrario de lo que intenta sugerirnos.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


miércoles, 18 de junio de 2025

007 Discernir en pareja - La materia del discernimiento. La desolación.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 26 de octubre de 2022. 7 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221026-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

El discernimiento no es, ante todo, un proceso lógico; se trata de un ejercicio que involucra acciones, y estas acciones tienen una dimensión afectiva que debe ser reconocida, pues Dios habla al corazón. La primera expresión afectiva del discernimiento es la desolación. Esta se manifiesta como una oscuridad del alma, un alejamiento del Creador debido a la ausencia de amor, y a la presencia de sentimientos como la pereza, la tibieza y la tristeza. Todos hemos experimentado la desolación, pero el desafío radica en aprender a interpretarla. Si nos apresuramos a liberarnos de ella sin comprender su mensaje, corremos el riesgo de perder una enseñanza valiosa.

Nadie desea atravesar la desolación, pero evitarla por completo no solo es imposible, sino que tampoco sería beneficioso para nuestro crecimiento espiritual. Todo cambio en una vida que ha estado orientada al vicio comienza con una desolación que da paso al remordimiento por lo vivido. Es la conciencia que interpela, que nos inquieta y nos invita a iniciar un camino de transformación; es Dios tocando el corazón en su profundidad.

La tristeza debe ser leída como una señal de alerta indispensable para la vida, una invitación a explorar horizontes más ricos y fecundos. Santo Tomás de Aquino la define como el dolor del alma, análogo a los nervios en el cuerpo: despierta la atención frente a un posible peligro o nos advierte sobre un bien descuidado. Por ello, lejos de ser innecesaria, la tristeza cumple una función protectora, evitando que nos hagamos daño a nosotros mismos o a los demás. En ocasiones, actúa como el rojo de un semáforo, indicándonos que debemos detenernos y reflexionar.

Sin embargo, es fundamental distinguir entre la tristeza que nos paraliza y aquella que nos impulsa. Cuando la tristeza se convierte en un obstáculo que nos desanima en la búsqueda del bien, debemos afrontarla como si fuera la luz verde del semáforo, que nos llama a continuar con determinación. La senda hacia el bien es estrecha y empinada; requiere lucha, esfuerzo y la capacidad de vencerse a uno mismo. Por ello, quien desea servir al Señor no debe dejarse arrastrar ni abandonar su propósito por la desolación. San Ignacio nos da una regla clara: cuando estemos desolados, no es momento de tomar decisiones ni hacer cambios, pues será en otro instante cuando podremos juzgar con mayor claridad la bondad de nuestras elecciones.

Jesucristo, ante la tentación, responde con firmeza y determinación, cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre. San Pablo nos recuerda que nadie es tentado más allá de sus fuerzas, porque el Señor jamás nos abandona. Con Él a nuestro lado, podemos vencer cualquier tentación. Y si no logramos vencerla hoy, nos levantamos nuevamente y la superaremos mañana.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


006 Discernir en pareja - Los elementos del discernimiento. El libro de la propia vida.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 19 de octubre de 2022. 6 de 14 sobre el discernimiento

Fuentehttps://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221019-udienza-generale.html

Síntesis de lectura

Nuestra vida es el “libro” más valioso que se nos ha entregado, aunque muchos, lamentablemente, no lo leen o lo hacen demasiado tarde. Sigamos el ejemplo de San Agustín, quien, al releer su historia y reconocer en ella los pasos silenciosos de la presencia de Dios, exclamó: “Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo”. Su invitación es clara: “Entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad”. 


Haz una pausa, sumérgete en tu historia, observa tu recorrido con serenidad y pregúntate: ¿Cómo ha sido mi camino? 


Leer nuestra propia vida también significa descubrir los pensamientos que nos alejan de nosotros mismos, aquellos que nos desaniman. Es crucial reconocer la presencia de esas frases pesimistas y tóxicas para ampliar la visión de nuestra historia, enriqueciéndola con una mirada más profunda, respetuosa de su complejidad, capaz de percibir las formas discretas con las que Dios actúa en nosotros. Leer bien nuestra vida implica contemplar tanto lo bueno como lo difícil.


El discernimiento adopta un enfoque narrativo: no se limita a una acción puntual, sino que la inserta en un contexto más amplio. ¿Este pensamiento es nuevo o ya ha estado antes? ¿De dónde viene y hacia dónde me conduce? 


Detenerse es reconocer. Es recoger aquellas perlas preciosas y escondidas que el Señor ha sembrado en nuestro interior. El bien suele estar oculto, se manifiesta con discreción y requiere un proceso de búsqueda paciente, como una excavación constante. El estilo de Dios es silencioso, no se impone; es como el aire que respiramos, invisible pero esencial para la vida.


Leer nuestra historia habitualmente educa nuestra mirada, la afina y nos permite notar los pequeños milagros que Dios realiza cada día. Cuando tomamos conciencia de ellos, nuestra paz interior y nuestra creatividad se fortalecen. Además, esta práctica nos libera de estereotipos dañinos. Quien no conoce su propio pasado está condenado a repetirlo. 


Pregúntate: ¿He compartido mi historia con alguien alguna vez? Piensa en los diálogos sinceros entre novios, cuando deciden abrirse el uno al otro y contar sus vidas con honestidad y profundidad.


El discernimiento es la lectura narrativa de nuestros momentos luminosos y oscuros, de los consuelos y de las desolaciones que experimentamos en el camino. En el ejercicio de discernir, el corazón nos habla de Dios, y nosotros debemos aprender a comprender su lenguaje. 


Por eso, examinemos nuestro interior cada día:¿Qué ha sucedido dentro de mí hoy? ¿He sentido alegría? ¿Qué me ha dado alegría? ¿He experimentado tristeza? ¿Qué ha provocado mi tristeza? 





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.

sábado, 14 de junio de 2025

005 Discernir en pareja - Los elementos del discernimiento. El deseo.

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 12 de octubre de 2022. 5 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221012-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

El discernimiento es, en esencia, una búsqueda, y toda búsqueda nace de la ausencia de algo que, de algún modo, conocemos. El deseo es precisamente este conocimiento: una nostalgia de plenitud que nunca alcanza una satisfacción completa, un signo de la presencia de Dios en nosotros. La palabra *deseo* proviene del latín *de-sidus*, que significa “falta de estrella”; expresa la ausencia de un punto de referencia que guíe el camino de la vida. Esta carencia conlleva sufrimiento, pero también impulsa una tensión interior hacia el bien que anhelamos. Así, el deseo se convierte en nuestra brújula, indicándonos si avanzamos o si nos hemos quedado estancados.


Un deseo sincero toca las fibras más profundas de nuestro ser, por eso no desaparece ante las dificultades o los contratiempos. Es como la sed: cuando no encontramos agua, no renunciamos a la búsqueda, sino que ésta ocupa cada vez más nuestros pensamientos. Lejos de sofocar el deseo, los obstáculos y fracasos lo avivan aún más.


A diferencia de la emoción momentánea o el simple impulso, el deseo es un camino en el que el alma se esfuerza, establece límites, renuncia a placeres pasajeros y se plantea metas que la llevan a superar dificultades. El deseo nos fortalece, nos vuelve valientes y nos impulsa siempre hacia adelante.


Resulta significativo que, antes de obrar un milagro, Jesús a menudo pregunte a la persona por su deseo. *"¿Quieres curarte?"* —le pregunta al paralítico de la piscina de Betesda—. Su respuesta revela resistencias inesperadas al cambio, que no solo dependen de él. La pregunta de Jesús es una invitación a clarificar el corazón, a acoger un posible salto de calidad. En el diálogo con el Señor aprendemos a reconocer lo que realmente queremos en nuestra vida. Hay quienes desean avanzar pero, al mismo tiempo, permanecen atrapados en la queja. Es importante recordar que la queja es un veneno para el alma, porque no alimenta el deseo de seguir adelante.


Con frecuencia, es el deseo lo que marca la diferencia entre un proyecto exitoso, coherente y duradero, y los muchos sueños y buenos propósitos de aquellos que nunca actúan. Como dice el refrán: *"Con ellos está empedrado el infierno."* Debemos cuidar nuestro deseo, evitando que se atrofie en medio del bombardeo de distracciones, estímulos y ruidos que nos impiden reflexionar sobre lo que realmente queremos. Muchas personas sufren porque no saben qué hacer con su vida; nunca han explorado su deseo profundo, nunca se han preguntado: *"¿Qué quiero realmente?"*. 


El riesgo de vivir sin dirección es grande. Algunos cambios, aunque deseados en teoría, nunca se concretan porque falta el deseo fuerte que impulsa la acción. Si Jesús nos hiciera la misma pregunta que al ciego de Jericó: *"¿Qué quieres que te haga?"*, ¿qué responderíamos? Quizás podríamos pedirle que nos ayude a reconocer el deseo profundo que Él mismo ha sembrado en nuestro corazón: *"Danos el deseo, Señor, y hazlo crecer."* Porque también Él tiene un gran deseo respecto a nosotros: hacernos partícipes de su plenitud de vida.




Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


viernes, 13 de junio de 2025

004 Discernir en pareja - Los elementos del discernimiento. Conocerse a sí mismo

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 5 de octubre de 2022. 4 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20221005-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

Un buen discernimiento comienza con el conocimiento de uno mismo. Implica el ejercicio de nuestras facultades humanas: memoria, inteligencia, voluntad y afectos. A menudo, la dificultad para discernir surge de una falta de autoconocimiento, lo que nos impide comprender realmente qué queremos. En muchas ocasiones, las dudas espirituales y las crisis vocacionales nacen de un diálogo insuficiente entre nuestra vida religiosa y nuestra dimensión humana, cognitiva y afectiva. Todos, en algún momento, caemos en la tentación de enmascararnos, incluso ante nosotros mismos.


El olvido de la presencia de Dios en nuestra vida suele ir acompañado de un desconocimiento de nuestro propio ser. Conocerse implica un proceso paciente de introspección, un ejercicio de excavación interior. Requiere la capacidad de detenerse, sentir y humanizarse, para adquirir conciencia sobre nuestros hábitos, los sentimientos que nos habitan y los pensamientos recurrentes que nos condicionan. También exige diferenciar entre emociones y facultades espirituales: *"siento"* no es lo mismo que *"estoy convencido"*, *"tengo ganas"* no es lo mismo que *"quiero"*. Tomar conciencia de esta diferencia es una verdadera gracia.


La vida espiritual tiene claves de acceso, palabras que tocan el corazón y nos conectan con aquello que más nos afecta. El tentador conoce bien estas palabras y las usa para desviarnos. Por eso, es crucial que también nosotros las reconozcamos, evitando caer en caminos que nos alejen de nuestra verdadera esencia. La tentación no siempre propone cosas explícitamente malas, sino que muchas veces nos ofrece realidades desordenadas, revestidas de una importancia excesiva. Nos atrae con una belleza ilusoria que, al final, nos deja vacíos y tristes. Al conocer nuestras propias claves interiores, podemos protegernos de la manipulación y, al mismo tiempo, descubrir lo que realmente importa.


Por ello, es fundamental preguntarnos: *¿Soy libre o me dejo llevar por los sentimientos del momento y las provocaciones externas?* Una herramienta valiosa para este ejercicio es el examen cotidiano, preguntarnos con sinceridad: *¿Qué ha sucedido hoy en mi corazón? ¿Qué huellas han dejado los acontecimientos en mí?* Es un ejercicio de lectura interior que nos permite identificar lo que realmente valoramos, preguntándonos: *¿Qué busco? ¿Por qué lo busco? ¿Qué he encontrado al final? ¿Qué sacia mi corazón?*


Solo el Señor puede revelarnos nuestro verdadero valor. Nos lo muestra desde la cruz, confirmando cuán preciosos somos ante sus ojos. No existe obstáculo ni fracaso que pueda apartarnos de su abrazo misericordioso. El examen cotidiano nos permite ver nuestro corazón como un camino en la presencia de Dios. Nos ayuda a comprender el recorrido de nuestros sentimientos y afectos, convirtiéndose en una oración sencilla que transforma la vida, nos conduce al autoconocimiento y nos guía hacia una verdadera libertad.



Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


lunes, 2 de junio de 2025

003 Discernir en pareja - Los elementos del discernimiento. La familiaridad con el Señor

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 28 de septiembre de 2022. 3 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220928-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

El primer elemento fundamental del discernimiento es la oración. Para discernir correctamente, es necesario situarnos en un ambiente de oración, un estado interior que nos disponga a escuchar a Dios. La oración es imprescindible, especialmente cuando involucra los afectos, permitiéndonos dirigirnos a Dios con sencillez y familiaridad. Es ir más allá de las palabras, entrar en intimidad con el Señor con espontaneidad afectuosa, lo que nos ayuda a reconocer lo que le agrada.

Orar es confiar en Dios, acercarnos a Él con apertura y afecto. En esta relación de confianza se disipan el miedo, la tentación de dudar de su Voluntad santa y cualquier inquietud del corazón. El discernimiento no busca una certeza absoluta, pues la vida misma no siempre es lógica ni se reduce a la razón; no somos máquinas. Los principales obstáculos y ayudas para decidirse por el Señor provienen del corazón, de los afectos.

Muchos creen que Jesús es el Hijo de Dios, pero dudan de su deseo de hacernos felices. Algunos temen que tomar en serio su propuesta signifique renunciar a sus sueños más profundos, mortificar sus deseos, perder demasiado. Hay quienes incluso dudan de su amor. Sin embargo, hemos visto que el signo del encuentro con el Señor es la alegría: cuando oramos y nos encontramos con Él, experimentamos gozo. En cambio, la tristeza y el miedo suelen ser señales de distancia con Dios.

Discernir lo que ocurre en nuestro interior no es fácil, porque las apariencias pueden engañar. No obstante, la cercanía con Dios disuelve suavemente dudas y temores, haciendo nuestra vida cada vez más receptiva a su luz amable. Estar en oración no se trata solo de decir palabras, sino de abrir el corazón a Jesús, acercarnos a Él y dejarle entrar en nuestra vida.

Pidamos la gracia de vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla al amigo. Esta es una gracia que debemos solicitar unos por otros: ver a Jesús como nuestro amigo más grande y fiel, aquel que nunca nos abandona, ni siquiera cuando nos alejamos de Él. Saludémosle con afecto y cercanía, con pocas palabras, con gestos de amor y buenas obras.





Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


sábado, 31 de mayo de 2025

002 Discernir en pareja - Un ejemplo: Ignacio de Loyola

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 07 de septiembre de 2022. 2 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220907-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

Durante su convalecencia por una herida de batalla, Iñigo de Loyola, buscando aliviar el aburrimiento, pidió leer algo. Aunque deseaba libros de caballería, solo encontró vidas de santos. En ese encuentro inesperado, comenzó a notar un profundo movimiento en su corazón respecto al tiempo: los pensamientos mundanos, aunque inicialmente atractivos, solo dejaban vacío y descontento. En cambio, los pensamientos de Dios, que al principio podían generar resistencia, cuando eran acogidos traían una paz duradera.

San Ignacio también reflexionó sobre la procedencia de los pensamientos: si provenían del maligno, ofrecían placer inmediato, pero con el tiempo conducían al vicio y al pecado. Por el contrario, los pensamientos inspirados por el buen Espíritu solían ser incómodos al inicio, pues interpelaban la conciencia con un juicio recto, pero finalmente llevaban a la virtud y la santidad.

La memoria de la historia personal es esencial para quien busca discernir. Es necesario regresar a ese recorrido y preguntarse: ¿Por qué camino en esta dirección? ¿Qué estoy buscando? En este ejercicio se da el verdadero discernimiento. Ignacio vivió su primera experiencia de Dios escuchando su propio corazón, y eso es lo que debemos aprender: detenernos y preguntarnos: ¿Cómo está mi corazón? ¿Está satisfecho, triste, inquieto? ¿Qué busca realmente? Tomar buenas decisiones requiere escuchar con atención la Palabra de Dios que guardamos en nuestro interior.

Los acontecimientos de la vida parecen a veces guiados por la casualidad. Un contratiempo aparentemente trivial, como la ausencia de libros de caballería y la presencia de relatos de santos, puede convertirse en el punto de partida de una transformación profunda. Dios trabaja no solo en lo previsible, sino también en los contratiempos y en las situaciones inesperadas. Por eso, es esencial estar atentos a lo imprevisto y preguntarnos desde lo más profundo del corazón: *¿Esto es amor, o es otra cosa? Solo cuando observamos nuestras reacciones ante lo inesperado podemos conocer verdaderamente nuestro corazón y comprender cómo se mueve.

El discernimiento nos ayuda a reconocer las señales con las que el Señor se nos hace presente en las circunstancias más inesperadas, incluso en las difíciles. De estos momentos puede surgir un encuentro que cambie la vida para siempre. El hilo conductor más bello suele estar tejido por lo imprevisto. ¿Cómo reaccionamos ante ello? Que el Señor nos conceda la gracia de escuchar nuestro corazón, reconocer cuándo Él actúa en nuestra vida y diferenciarlo de aquello que no viene de Él.



Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.


viernes, 30 de mayo de 2025

001 Discernir en pareja - ¿Qué significa discernir?

Oración inicial invocando al Espíritu Santo.

Lectura previa: 

Audiencia General del Papa Francisco del miércoles 31 de agosto de 2022. 1 de 14 sobre el discernimiento

Fuente: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2022/documents/20220831-udienza-generale.html


Síntesis de lectura

Jesús nos habla del discernimiento a través de imágenes tomadas de la vida cotidiana. Discernir es un ejercicio de inteligencia, habilidad y voluntad, que nos permite aprovechar el momento oportuno para tomar una buena decisión. Se trata de un proceso personal que conlleva un esfuerzo necesario: Dios nos invita a evaluar y elegir, pues nos ha creado libres y desea que ejerzamos nuestra libertad, aunque esto suponga un desafío.

La vida es un diálogo en el que Dios nos encomienda una misión y, en su presencia, debemos discernir cada paso a seguir. Él nos sostiene, pero nunca impone su voluntad. Por ello, el discernimiento requiere una profunda reflexión tanto de la mente como del corazón antes de tomar una decisión.

A lo largo de nuestra existencia, enfrentaremos situaciones inesperadas que nos exigirán reconocer la importancia y la urgencia de nuestras elecciones. Aunque pedir consejo puede ser útil, la decisión final siempre será propia, y para elegir bien es fundamental saber discernir.

El discernimiento abarca todo nuestro ser: conocimiento, experiencia, afecto y voluntad. Es clave prestar especial atención a nuestros afectos, pues una decisión verdaderamente acertada, una decisión bella y correcta, siempre conducirá a la alegría final. Debemos estar alerta, ya que las grandes elecciones pueden nacer de circunstancias que, en un principio, parecen secundarias, pero que pueden resultar decisivas.

El discernimiento es el encuentro entre lo temporal y lo eterno en nuestra vida. En una decisión bien tomada, la Voluntad de Dios se une a nuestra voluntad, el camino presente se funde con el destino eterno. Optar por una decisión correcta, tras un proceso de discernimiento, es hacer realidad este encuentro entre el tiempo y lo eterno.

Una pregunta clave en el discernimiento es: ¿Qué puedo hacer ahora que sea un signo de mayor madurez y más amor?



Momentos de la conversación espiritual:

  1. Oración personal. Observando las luces e invitaciones más significativas de Dios ante lo leído.
  2. Escucha atenta: Compartir, de modo sencillo y profundo, escuchando atentamente al otro sin interrumpir con preguntas u opiniones, dejando que lo vivido por el otro ilumine lo advertido en nuestro interior. Al finalizar la intervención dejar un breve espacio de silencio para sentir y gustar lo expresado.
  3. Ecos. Compartir aquello que fue iluminado por el compartir del otro. Sin evaluar, ni hacer grandes reflexiones, solo expresar cómo aquello que compartió el otro colaboró con tener una mayor luz en las mociones personales o suscitó algún movimiento que me conduce a una mayor claridad.
  4. Comunión. Preguntarse por lo común de las llamadas particulares. ¿Hacia dónde nos conduce el Señor? ¿Qué invitaciones se repiten y pueden traducirse en acciones concretas? No se trata de llegar a consensos o acuerdos, la invitación es a responder adecuadamente y con generosidad a lo que el Espíritu Santo suscita.
Oración final.